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A ver si nos vemos

Hurgando en el baúl sin fondo de Instagram me encuentro en un vídeo al ya fallecido Antonio Fraguas Forges, auténtico genio del humorismo gráfico. Tiene la palabra en un acto impregnado de solemnidad universitaria. Hay ceremonial, hay autoridades académicas, hay togas, hay birretes. Se trata de la merecida investidura como doctor honoris causa del viñetista que con tanto desparpajo lingüístico compuso estampas hilarantes protagonizadas por esos españolitos corrientes, alopécicos y algo cheposos llamados «blasillos». En su discurso Forges elude la pompa afirmando con mucha gracia costumbrista que una de las frases que mejor condensa en español el modo de ser íbero es «no, si ya verás tú cómo...». Para contextualizar el uso de la expresión pone el ejemplo de un señor que va camino del taller a recoger el coche. Se supone que estará arreglado y disponible a las seis pero el propietario barrunta que no será así y que probablemente tendrá que esperar después de que el mecánico le dé largas de forma más o menos convincente. Es ahí, en la sospecha de demora basada en la experiencia, donde encaja el «no, si ya verás tú cómo...», combinación innecesaria en francés, inglés o alemán en tanto que en dichos países uno va a recoger el coche al taller a las seis y de antemano tiene la certeza de que el vehículo estará listo a la hora acordada.

Animado por el ingenioso apunte del que fuera durante años y años un fijo en las páginas de opinión del diario El País, yo abundaría en el asunto de que existen ciertas frases representativas del carácter nacional señalando una que a mi modesto entender constituye entre otras muchas la síntesis verbal del quiénes somos patrio. Me refiero al «a ver si nos vemos», un comodín que por lo visto no se estila entre gentes más estrictas y cumplidoras como las centroeuropeas, donde decir «a ver si nos vemos» equivaldría a sacar las agendas y concretar la fecha del encuentro.

Uno se tropieza en el Carrefour con un antiguo compañero del instituto y se alegra de verlo. Tras una fugaz puesta al día sin adentrarse en terrenos pantanosos, tras las alusiones de rigor a conocidos comunes («a Paco llevo sin verlo mil años») tras establecer posibilidad de contacto a través del móvil («te doy un toque y así tienes mi número», el diálogo probablemente terminará con un «a ver si nos vemos» carente de fuerza alguna, mera cortesía, la enunciación de un vacuo deseo sin probabilidad alguna de convertirse en realidad.

Pero el caso es que también empleamos la socorrida fórmula cuando hablamos con alguien al que nos une un verdadero vínculo afectivo y emocional, esa amiga con la que no quedas desde hace demasiado tiempo, ese primo con el que siempre tuviste una conexión especial y con el que ahora te relacionas tirando de emoticonos, gente importante de cuya presencia benéfica nos aleja la vertiginosa corriente de la vida que llevamos. En ese caso el «a ver si nos vemos» no es gratuito y tiene un poso de palpitante autenticidad.

Está visto que tanto para despachar el encuentro casual con un conocido de tiempos pretéritos como para manifestar nuestra voluntad real de no perder la complicidad con alguien nos viene bien el «a ver si nos vemos», frase ilustrativa de la ligereza meridional ante la asunción de compromisos, secuencia idiomática contestada a veces con otra no menos significativa: uno dice «a ver si nos vemos» y el otro contesta «venga, ya si eso te voy diciendo».

*Profesor

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