Opinión | caligrafía

Lo del potro

La escena: tres bonobos talluditos, con pitillo blanco y camisa clara, dos; y las inevitables bermudas de mostrar los jamones sin curar (el otro), con su par de arrobas de rebujito por barba deciden, en lo que parecen los momentos de cierre de la cruz de mayo de la plaza del Potro, subirse al potro (entrar en la fuente, escalar hasta el potro y cabalgarlo). Es un hecho que en esta ciudad hay un tipo de fartusco especial que en cuanto bebe en el casco antiguo siente la necesidad palpitante de escalar. Uno, que ha sido vecino del barrio, ha visto a tipos de cincuenta muy recatadetes y engominados, doce pulserillas de cuero piratescas -¡qué briboncetes!- en las muñecas, enfadarse mucho al pedirles que se bajaran de mi reja para comerse el arroz, o a modernas señoras con intrincadas rastas perdonarme la vida al pedirles que en vez de atar a mi ventana la bicicleta la pusieran en el aparcamiento de bicicletas situado a menos de diez metros. Si había una despedida de soltero y la mamarrachada de disfraz de turno se lo permitía, no fallaba: algún cabestro se alzaba sobre los mortales asido a mi reja, para que su grito de morcón andante se derramara sobre los chinos milenarios.

Somos así: de los primeros patrimonios históricos de la Tierra, pese al constante esfuerzo de echarle cemento y decir que sería otra cosa, anda ya. Ponen una cabina de intercambio de libros, y la arrasan. Había hace veinte años máquinas para hacer helado con palanca, y duraron un suspiro sin romperse. No falta nunca algún anormal que abra el paraguas en la cabalgata. Somos así: la ciudad en sí misma, que es el único capital serio que tenemos, sobrevive a nuestro pesar (y el propio cordobés moderno quiere ser en el centro turista, y vivir detrás del Hipercor, que es muy bonito pero tanto puede ser Córdoba como Michigan).

Pues en fin, los tres vigardos cabalgaron el potro, entre costalazo y costalazo por el pedal que llevaban. La gente, encima, los animaba, hasta que hicieron por subirse al potro en sí, y un señor se acercó a bajarlos. Bien por él. Tiene usted pagada una de lo que quiera, caballero. De la policía, ni rastro. Lo importante era la estadística de multar botellones y orinar en la calle, no de jorobar en un monumento de cuatro siglos largos. Me temo que llamarlos no habría servido, porque cuando denunciabas en mi época a un escalador de estos, o al bar que le daba de comer y le servía más vino, la policía o te decía que eras un exagerado o, normalmente, que no podían ir porque estaban vigilando un vía crucis. Igual era un código y yo no pillaba el tema.

Es triste que se proponga vallar los monumentos o librarlos de las cruces. No, está en el espíritu elegante cordobés tocar la piedra como la espalda de un amigo. Lo necesario es que se controle por el que sirve alcohol que la gente no se desmande, y cogerle la matrícula a los tres reventones capullos del vídeo, a ver si además de romperse el coxis contra la fuente (deseable posibilidad) se lo rompen con tres gloriosas multas.

*Abogado

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