Opinión | COSAS

El viejo Rey Leño

Tamames ha dado pábulo a su ego sin poder asordinar lo suficiente los descartes previos

Como decía la sabia Marisol, la vida es una tómbola, pero también puede ser un particular cuento de hadas. Aparentemente, sería difícil encontrar puntos en común entre Ramón Tamames y la Cenicienta. Pero haberos, haylos. En primer lugar, la muchacha asociada a las calabazas mágicas y a la medianoche se convirtió en princesa gracias a un ‘casting’ para encajar el zapato de cristal.

Tamames ha dado pábulo a su ego sin poder asordinar lo suficiente los descartes previos. Porque los dirigentes de Vox parecían prebostes de palacio buscando por todo el reino un candidato de un rojo desteñido que evidenciara las vergüenzas de la izquierda. Pincharon en hueso con otros muchos desencantados del sanchismo, que dijeron tururú a ese canto de sirenas. No así don Ramón, que entendía que la vida le debía una bien grande a su ego y qué mejor manera que pontificar el porqué yo lo valgo que subiendo al estrado de la carrera de San Jerónimo.

La moción de Tamames tiene los tintes del viejo Rey Leño. Y no solo por el color caoba del plis de las señoras, sino por las chuscas reminiscencias de la narrativa de Robert Graves. Tamames se investirá con la supervivencia del emperador Claudio, que verá bajar de sus bancadas los fantasmas de Alberti y Pasionaria cogidos de la mano, como deidades de un comunismo que un día le perteneció. En esa línea argumental, las huestes de Abascal podrían llevarle a tildar a Pedro Sánchez como un Calígula posmoderno, reclamando el orden de los viejos tiempos, obviando en todo momento que en Roma, esos viejos tiempos pertenecían a la República.

Vox ha querido el espejo de un transformista para orear las miserias del progresismo. Pero es muy arriesgado darle alas a un ‘enfant’ terrible, aunque el infante esté presto a cumplir 90 años. En lugar de blasfemar abiertamente contra la inmigración, ese tema estrella de los pistachos, Tamames presenta en su chivado discurso una compasión con los migrantes y aboga por un cónclave de demógrafos. Bienvenido sea Malthus a ese cónclave de venerados espectros. Incluso titubea con el aborto, cuando la contundencia en este punto tenía que ser un verdadero caladero de votos. Y hasta amaga con barnizar con condescendencia la estructura territorial del Estado. El catedrático de Economía llegó a hablar de nación de naciones, un párrafo que ha desaparecido del texto, aunque, como último recurso, podían haber indicado que don Ramón está un poco gagá. O incluso que está próxima la Semana Santa y que esa evocación plurinacional guarda semejanza y confusión con la apelación al Rey de Reyes.

Curioso cuando menos que un partido que abandera la radicalidad fíe su segunda moción de censura en un candidato que hará bandera de la equidistancia. Que defenderá la legítima lucidez de la senectud con el beatífico maquiavelismo de un Papa laico. Que tirará de la nostalgia para honrar a Tierno y a Marcelino Camacho, pero que afilará contra muchos de sus antiguos correligionarios el látigo frente a su ostracismo político.

Pedro Sánchez estará encantado de reflejarse en ese narcisismo, un traje que ni en los refranes le hubiesen puesto a Fernando VII. Sus panegiristas dirán que los políticos de razas son los que saben galvanizar las oportunidades en los riesgos. O hablando en cristiano, se lo han puesto a huevo. Sánchez posiblemente alardeará de su currículo, el único victorioso en una moción de censura. También es más que probable que, en estas sesiones, la humildad brillará por su ausencia. La moción fracasará, pero por unas horas estaremos expectantes, como ranas en esa corte que es la charca del Rey Leño.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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