Opinión | COSAS

Pasa la tuna

Los tunos han seguido en el pasacalles cordobés a las mareas violáceas

Casi sin solución de continuidad, la calle ha vuelto a mostrar el terco, acaso contradictorio, pero también vivaz abanico de la diversidad humana. Hablar de rescoldos del 8M suena a crónica de plumífero antiguo, mas ayuda a enlazar el tránsito bullanguero entre las batucadas feministas y la floración de tunos que Córdoba ha conocido este fin de semana. Otro error del articulista asociar la floración con este exvoto estudiantil, pues su nutrida representación parecía militada para un ‘casting’ de ‘Caballo viejo’.

Cuidado habrían de tener sus escorzos con pandereta, pues aunque el voltarem sustituya al bálsamo de Fierabrás, los años se buscan compañías incómodas, como esa artritis reumatoide que le hace pedorretas al brío de la mocedad. Muchos tunos, sin embargo, llevaban un pañuelo de pirata en el pelo, para asemejarse a un guitarrista de Bruce Springsteen y aclarar que Mike Jagger, esa ‘celebrity’ que también coquetea con el diablo como el maestro Tenorio, superaba a la mayoría en edad.

Pasa la tuna precisamente cuando el arquetipo de don Juan cotiza descaradamente a la baja. Malos tiempos para esa iconografía de veteranos universitarios crápulas, con el consuelo de que estos tunos talluditos ya tienen aseguradas sus pensiones. La tuna es reacia a engrosar su repertorio, pero podía dedicar una rondalla al índice de equidad intergeneracional, o todas esas subidas de las cuotas de cotización que intentan evitar el colapso del sistema. La propuesta del ministro Escrivá pasa por un reajuste automático cada tres años para recaudar por debajo de las piedras. Este país no es Francia, pero pintan bastos para los hijos del ‘baby boom’ y, sobre todo, para las siguientes generaciones que algún día, ante el achique del bienestar social, barruntarán que este no es un país para viejos.

Volviendo al lado lúdico de la calle, los tunos han seguido en el pasacalles cordobés a las mareas violáceas. La mejor noticia es que ha sido pacífico este tránsito de vindicación de géneros. Tan antinómico como el ajo para los vampiros son el jubón, las cintas y la bandurria para el empoderamiento. Ni siquiera las nuevas princesas Disney aceptarían en su guión esa forma de galanteo, pero que te rondasen en tu balcón fue para muchas señoritas una parte reseñable de su currículo sentimental.

Esta contextualización que busca ahuyentar las discriminaciones de género dejaría fuera iconos de un machismo trasnochado. En esa lista se incluye el piropo y de la misma difícilmente se sustraerían esos malotes calaveras que persistente y erróneamente se asocian con la Casa de la Troya. La serenata y la amada tras los visillos son estampas que se ningunean por corresponderse con los tiempos de Elena Francis. Y puestos a desmontar iconos de una universidad clasista, la tuna sería antropológicamente otra ceremonia de cortejo, donde las cintas y las escarapelas hacen las veces del pavo pujado. Pero tampoco es cuestión de tirar piedras sobre la banda sonora de muchas españolas que se enamoraron, y a mucha honra, con el estribillo de fondo de una rondalla. En la tuna, como otros elementos alérgenos, puedes encontrar trazas de machismo, pero también los puedes distinguir en el permiso discotequero de las chicas para que las perreen sus parejas. La elegancia es un grado y puestos a elegir, me quedo con aquellos fabuladores de Cyrano, quien desde la espesura apuntaba los versos al amante de Roxanne.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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