El Córdoba CF Córdoba CFparece abonarse, definitivamente, a la épica en cada partido. Siguiendo los rastros claros de su historia, mantiene ese frenesí al final de cada partido, ese remar a contracorriente, esa sensación constante de que, cuando parece que el equipo va a caerse, surge un chispazo, una gota de magia, un chaval de 23 años que hace siete meses jugaba en Tercera con el Ciudad de Lucena, que hace una semana se pegó un viaje de 280 kilómetros, ida y vuelta, para jugar con el Córdoba B tras una derrota dolorosa en Sevilla ante el Sevilla Atlético, solo tres horas después, sin perder la sonrisa que solo la juventud mantiene siempre en el rostro.

Un Luismi Redondo que habría hecho reventar de alegría a El Arcángel de haber podido asistir, aunque fuera, una décima parte de esa afición blanquiverde que, desde sus casas, celebró, a buen seguro, como hacía mucho que no lo hacía, el tanto del chaval nacido en Plasencia. Esa épica a la que parece conducir el Córdoba CF, que no niega su pasado ni puede permitirse, tal y como están las cosas, cabriolas tácticas ni planteamientos elegantes y dominadores, contagia, de lo lindo, a todo lo que rodea al club. Y a los propios protagonistas. En los 10 minutos posteriores al gol de la victoria de Luismi, la rabia, la pasión, la alegría, la inquietud, las enormes, brutales ganas de vencer por fin, tras cuatro jornadas dando en hueso, se condensaron en un ambiente difícil de comprender para los foráneos.

No había hinchas en las gradas y, aún así, la tensión se cortaba con un cuchillo. Pablo Alfaro hacía metros y más metros de un lado al otro de la zona técnica del banquillo local. Los suplentes, junto a los titulares que ya descansaban del esfuerzo, corregían a sus compañeros, les animaban, exigían al árbitro por cada acción dudosa y miraban, no paraban de mirar al reloj del Fondo Sur. Ese mismo Fondo Sur en el que, un día antes, unos 20 seguidores de Brigadas Blanquiverdes habían puesto su parte en esa tarea, titánica según parecía por lo vivido en estas semanas, de levantar la moral de los jugadores del Córdoba CF.

En la grada, ayudantes del cuerpo técnico de Alfaro e incluso empleados del club no podían estarse quietos. Incluso los empleados de seguridad, con un ojo puesto en que nada se saliese de madre, en que los protocolos siguieran cumpliéndose a rajatabla, atisbaban por el rabillo del otro ojo, cual camaleones, las evoluciones en el campo.

Cada balón dividido ganado por los que vestían de blanco y verde era celebrado como si de un gol se tratase. «¡Moussa, para!», se oía claramente desde el banquillo de Pablo Alfaro, cuando el joven y eléctrico extremo maliense, que acababa de salir al terreno de juego, buscaba el disparo desde la frontal con sus compañeros pidiéndole calma, que moviese el balón al costado para arañar unos segundos de oro. En el poco tiempo que estuvo en el campo, Sidibé demostró chispa y desenfreno. Pundonor y una pizca de falta de mesura que debe ir ganando con el paso de los encuentros. Pero dio mucho a su equipo en los desmarques de ruptura, pidiendo el balón al espacio y haciendo daño al Linares al contragolpe.

Otro de los fichajes invernales, Nahuel Arroyo, nuevamente titular, fue quien bajó la pelota al suelo. Agotado tras todo el partido corriendo, bregando, encarando y tratando de auxiliar a un exigido Berto Espeso, Arroyo pidió el esférico, encaró con el gramo de fuerzas que le quedaba a su par y llevó la pelota a donde debía, al córner de la banda izquierda. El reloj corría y lo hacía a favor de los blanquiverdes.

Esa épica de la remontada por la salvación de la 2017-18, con Sandoval en el banquillo. Del ascenso que nadie esperaba en el Cartagonova, en 1999. Ese no bajar los brazos que tanto ha acompañado al Córdoba CF en su devenir iniciado en 1954.

Ese baile al ritmo de la mejor canción de rock cuando todos esperan que el equipo se mueva en un vals final para salvar un empate soso y que, de nuevo, habría conducido al equipo a la depresión. ¿Será suficiente para lograr el objetivo del ascenso? Alfaro pidió este domingo «no lanzar las campanas al vuelo». El aragonés reconoció que el Linares fue «superior» en algunos momentos del partido, y que la igualdad sigue siendo máxima. Pero, a base de chispazos, de mover el árbol y buscar la sorpresa, la electricidad, la pasión y la alegría desmedidas, casi irracionales, el Córdoba CF se llevó tres puntos de oro ante el Linares.

¿Y ahora? Tocan dos semanas para pensar, reflexionar y celebrar. El poso de los tres puntos deja un buen regusto, y el hecho de que el próximo fin de semana haya parón en la competición puede apagar un poco el frenesí generado con una victoria épica a cinco minutos del tiempo reglamentario. Pero, movido por los rieles de la alegría, faltan menos ingredientes, aunque no por ellos menos importantes, para que el tren llegue a la estación deseada.

Carburar la sala de máquinas y que el carbón sea fresco y de calidad. En esas está Pablo Alfaro y eso es lo que espera ver el cordobesismo para convertir su alegrón inesperado en una certeza, más que en una fe en la épica, de que el objetivo no está aún perdido.