literatura

Miguel Veyrat

El escritor levantino acumula una gran trayectoria en la poesía, la novela y el ensayo

Recientemente ha publicado La lengua de mi madre, un testimonial escrito durante la pandemia

Miguel Veyrat.

Miguel Veyrat. / CÓRDOBA

Miguel Veyrat (Valencia 1938) es amante de la poesía desde casi la infancia y ya entrado en la juventud fue periodista de éxito. Recuperó la voz poética, su primera vocación, hace ya más de veinte años, renovando voz y mente, cuando abandonó su trabajo para la prensa, radio y televisión. Entre sus más de cincuenta libros publicados de poesía, ensayo y novela, con numerosas reediciones, premios, reediciones y traducciones a varios idiomas destacan, por citar algunos, El hacha de plata (2016), Diluvio (2018), Furor&fulgor (2020) y Fuga desnuda (2021, una original fusión esta última que enlaza el ensayo literario y filosófico con la poesía escrita para armonizar literariamente su conjunto.

La lengua de mi madre es un libro testimonial de un ser vivo que evoca su condición de hijo de una mujer y que Miguel Veyrat maneja con una altura y profundidad envidiable a través de una poesía esencial.

La lengua de mi madre es un libro que pretende adentrarse en el origen del ser humano, en lo primigenio. Mi último libro parte de una base emocional de muchos años funcionando al ritmo lacaniano de caminos emprendidos mutuamente hacia el otro. Cuando ese otro es la propia madre se dan ciertas metas que configuran el pensamiento poético adentrándose en la experiencia de la cosa misma, aprehendiendo su rica y concreta plenitud, sabiendo bien a qué atenerse y formándose un juicio serio acerca de ella.

¿A qué se refiere?

Cuando hablamos de poesía no nos estamos refiriendo a juegos líricos en torno a lo llamado «amor» o «amor filial», sino que de algún modo hablamos de «conocimiento» y de contribuir a que la poesía y su hija la filosofía, que se ocupa de ordenar lo que de modo musical e incluso «lírico», hablando en plata, surge ante la emoción hecha palabra, se aproximen a una forma de la ciencia, a la meta en que pueda dejar de llamarse «amor por el saber» para llegar a ser «saber real». El demostrar que ha llegado la hora de que la poesía (o mejor dicho su forma de «conocimiento» se eleve a un plano próximo a la ciencia en su sentido de formación de «un presente» que se aproxime a la verdad, puede parecer pretencioso; y así son juzgados muchos poetas que intentan ese modo y manera de representarse «la cosa» y sus consecuencias: una escritura hermosa al tiempo que profunda y (o) verdadera: como pretender que lo absoluto sea, no concebido, sino sentido e intuido, que se parezca a aquello que la religión llama «saber inmediato». Y que en la poesía, por medio de sus funciones de sentir e intuir, lleven la voz cantante y sean expresadas, no en su concepto, sino su sentimiento e intuición.

La clave del libro es el inconsciente.

En el sentido de mi respuesta anterior, la clave de mi conjunto de poemas, que a su vez forman un poema único llamado libro, sería muy al contrario la búsqueda de lo consciente, de la realidad de un amor que a menudo se desvía por aledaños que atañen a la ciencia psiquiátrica como pueden ser las excepciones llamadas complejos de Edipo o de Electra. La poesía roza a menudo lo inconsciente, pero su presencia en la cultura humana de la vida (ya que todos los seres vivos del planeta se reproducen de una u otra parecida manera), no trata de realzar lo inconsciente, sino que, aunque parezca una paradoja, desea llevarnos a sentir, a concebir precisamente la parte consciente de todo el proceso y reconocer claramente los lazos a menudo inexpresables e incluso incomprensibles que unen a madre e hijo o viceversa.

En este libro, metafóricamente, se adentra en el útero de su madre, se hace uno.

Es muy posible, incluso cierto en algunas de sus fases, que esa penetración desde el sujeto ya «desde un afuera», pueda parecer que se hace uno de nuevo con el útero que lo configuró y parió para vivir su vida actual. Esa parte de fantasía es muy propia de ciertos quehaceres poéticos. Pero en el libro del que hablamos su autor no trata de «hacerse uno» con él, como ya sucediera en su pasado y en todo lo emocional que quedara grabado en sus vísceras, en el cerebro del feto y de la madre que lo alimentó y cooperó en configurar su cuerpo entero, sino ver todo lo claramente posible cuál pudo ser la relación de vida en común vivida por ambas partes, por ambos seres libres y distintos.

Este regreso al útero de su madre, es como fundirse con el origen de la poesía.

El espíritu, llamemos por un momento de este modo aquello que nutre la poesía, aunque no se trate de ella en realidad, sino de un mero efecto discursivo o estético, no reclama tanto el «saber» lo que él «es» sino recobrar por medio del pensamiento (digamos filosofía si se quiere) aquella consustancialidad y aquella consistencia del ser. No me he propuesto tanto el poner al descubierto, cosa imposible para mí, el cómo «se hace uno con el otro», ni siquiera el cómo fundirse con «el origen de la poesía», sino digamos que el personaje que fuera feto un día se aproxima de nuevo para ver, sentir aquello que sintió y que constituye un recuerdo que puede llegar a ser en ocasiones una tortura. Como fundirse con el origen del «yo», y por lo tanto de la poesía.

Es una obra donde se funden lo intelectual y sensitivo.

Sí, es ésta una obra que quiere saber de su sustancialidad y aquella consistencia del ser. Pero mucho ojo, que la poesía no busca con ello un fin edificante sino intelectivo y al mismo tiempo bello a los sentidos. En el despliegue de la riqueza de la sustancia hallada no debe buscarse el «concepto», sino hallarlo en el «éxtasis»; no en la fría necesidad progresiva de conocer la cosa, sino en la llama del entusiasmo. Podríamos hablar también en tu propuesta, con un fin de «deseo» en su sentido más auténtico de ese ‘regressus ad uterum’, y es que el progresivo despliegue de la riqueza de la sustancia no debe buscarse en el concepto sino en el éxtasis, no en la fría necesidad progresiva de «la cosa», sino en la llama del entusiasmo. Y esa llama, tienes toda la razón, se llama poesía.

‘La lengua de mi madre’ va más allá de la poesía busca su esencia no su palabra.

Creo firmemente que la palabra poética se dirige siempre más allá de la forma en que se expresa. Y que no solamente hablamos de ‘La lengua de mi madre’, sino de toda poesía «verdadera», es decir vocacionalmente pura y no prefabricada para obtener un premio de cualquier dispositivo de poder nacional, internacional o meramente local o comercial, busca la esencia que temporalmente se esconde tras la forma, tras la palabra y sus sílabas, su estructura.

En este libro se aúna el inconsciente con el lenguaje.

Creo que el lenguaje trata de lograr que el pensamiento sea consciente de su sentido, al servir como elemento indispensable para comunicación entre la sociedad humana. Así lo creyó la tríada de lingüistas soviéticos Vygotski, Leontiev y Luria, quienes contribuyeron a reformar la educación de los niños de una forma radical y profundamente útil. Según su teoría, los niños y niñas están naturalmente provistos de una serie de capacidades naturales como seres: la atención, la percepción y la memoria, cuyo sustrato es biológico y se transforman sustancialmente por influencia de la socialización, la educación y la cultura, especialmente a través del uso del lenguaje, en funciones psicológicas superiores. Es obvio que la práctica de la lectura y la escritura literaria, y por supuesto de la poesía, deben contribuir a la unificación de lo inconsciente con el lenguaje, como preguntas concretamente.

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