Opinión | CARTA ILUSTRADA

Rafael González Requena

El parque de Levante (y Fátima) no se merecen esto

Restos de un botellón.

Restos de un botellón. / CÓRDOBA

Sábado por la tarde. Salgo con mis niños al Parque de Levante. Cruzamos por su laguna secreta el arroyo de Pedroches y tenemos ante nuestra vista un paisaje desolador: una de las zonas de encuentro del recinto, con su mobiliario nuevo y recién instalado, está ocupada por los restos del botellón de unos incívicos ciudadanos y ciudadanas de la noche anterior. Cristales rotos, botellas por doquier, vasos de plástico por todo el espacio, lo verde ocupado por despojos... Y junto a estos restos, los todavía palpables de la quema de una motocicleta en el banco próximo.

Cuando, por fin, las autoridades municipales se dieron cuenta de que Fátima también existía y decidieron construir el parque de Levante, como vecino de este Barrio no esperaba que la reacción de una parte de los ciudadanos y ciudadanas fuera a ser ésta (y no me vale lo de que en todos sitios cuecen habas). En mi infancia y juventud el arroyo Pedroches era un espacio de aventuras, de diversión, de ocio. Los avatares del tiempo lo llevaron a un tiempo de ostracismo hasta que empezó a idearse el Parque.

Un parque de ciudad aquí cerraría por Levante el cinturón verde de Córdoba, junto al Parque Cruz Conde y al de la Asomadilla. Un parque sirve para tener una inmensa masa verde que pueda descongestionar la contaminación urbana y que dé placer estético al conjunto urbano que lo rodea; para que los vecinos y vecinas tengan un mínimo espacio de expansión en donde pasear, llevar al perrito, sentarse en un banco; para que los abuelos y abuelas lleven a sus nietecillos/as a abrir sus ojos ante la vida; para que haya vida animal y vegetal; para que los atletas puedan hacer deporte; para que los huertos sociales puedan contribuir a generar valores medioambientales; para que los niños/as jueguen en toboganes o tirolinas; para que los mayores hagan deporte; para que los enamorados caminen; para que podamos apreciar y valorar la espectacular panorámica paisajista que se abre desde el camino de la Campiñuela...

Pero un parque no es un lugar al que trasladar el botellón de un determinado colectivo de «personas» desde otra zona de cocheras de Fátima y destrocen todo lo que va para 40 años de lucha. Han tenido que cambiar hasta las farolas alimentadas por energía solar por otras «supuestamente» más difíciles de romper. Los niños y niñas pequeñas no entienden lo que significa la basura que estas personas generan. Tendremos que esperar a que alguno de ellos se corte gravemente para reaccionar. En las familias y en los centros educativos no enseñamos estos valores a nuestros hijos e hijas. Pero es una realidad que estas actitudes urbanas y ciudadanas generan un enorme malestar entre la vecindad, en donde todos se quejan pero pocos hacen algo útil por remediarlo. Si el problema es el de ocio y espacios de diversión para los jóvenes, nuestras administraciones deberían hacer políticas encaminadas a ello; si el problema es de educación, familias y centros educativos deberían insistir con mayor profundidad en la construcción de valores ciudadanos positivos... Yo no voy a renunciar a una parte de mi barrio en la que he vivido, vivo y viviré.

Termino con dos mensajes: si los «señores y señoras» que realizan estas conductas incívicas las llevaran a las puertas de sus casas, qué opinarían sus padres. Y, como cantaba Serrat, no vendría nada mal que la administración pública «le diera una mano de pintura» al Parque de Levante.