Opinión | Sedimentos

Consumismo estéril

Suele comentarse que la depresión es la gran epidemia de nuestra era; también se afirma que las compras compulsivas son el gran recurso para huir de ella, o al menos para ignorarla. Sea como fuere, la tendencia consumista se ha mostrado como una gran fábrica de basura, capaz de llenar armarios y contenedores con un sinfín de artículos, realmente innecesarios. La infalible estrategia y artimañas de la mercadotecnia, con la inestimable ayuda de ciertos influencer, en muchas ocasiones embajadores de marcas de prestigio, se encargan de gestionar con suma eficacia los gustos y tendencias populares hasta desencadenar apremiantes querencias que culminan en el paso por caja. Solo que si el consumismo es una eficiente gestora de futuros despojos, el pago diferido lo es de endeudamiento. Así, los problemas se van acumulando junto con las prendas inútiles en el ropero.

Desde pequeñas y grandes pantallas se ofrecen soluciones milagrosas absolutamente para todo, sea un aliño estético o un dolor de pies. Eso sí, prima lo inmediato: pase, compre... gracias a este espejismo mágico, su vida va a cambiar; dejará de odiar la rutina y verá nacer una nueva persona dentro de sí; en su rostro se dibujará una sonrisa de felicidad, tan postiza como la seductora invitación a entrar en el éxtasis paradisíaco.

La capacidad del ser humano para influir y ser influido es inmensa, así como también la extrema dependencia de un sistema productivo basado en el consumo; un sistema en el que ni todos tienen cabida, ni parece conducir a ninguna parte, mientras ocasiona un serio estropicio en el planeta, escaso ya de recursos. Para colmo, la fábula consumista nunca ha sido auténtica analogía de felicidad, sin olvidar que cuando el original es inasequible, prosperan los sustitutos y, finalmente, se yace abrazado a inútiles sucedáneos sin brillo.

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