Opinión | Paso a paso
Cruces y Sombras
Decadencia y reflexión tras el jolgorio
Ha transcurrido una hebdómada desde que las Cruces de Mayo extendieron su último velo sobre Córdoba, y la ciudad, sumida en una suerte de letargo reflexivo, se interroga sobre los espejismos y sombras que ensombrecieron la festividad. Tal evento, concebido como un crisol de confraternización y exaltación espiritual, se ha visto mancillado por actos profanos que, cual gárgolas en una catedral gótica, distorsionan con su grotesca presencia la armonía de la estampa.
El corazón de la ciudad, antaño escenario de convivencia pacífica, ha sido testigo de una turba desenfrenada, cuyo ímpetu Dionisíaco vertió en el empedrado sagrado de Córdoba una ofrenda de vapores etílicos y ríos de ignominia. Tal desdoro ha impregnado de un estigma las plazas y recovecos que debían ser santuarios de gozo y unión.
Santa Marina, que vivió el agobio de la multitud como un «efecto cárcel», se metamorfoseó en un carnaval dantesco donde las almas, atrapadas entre el deseo de festejar y la opresión del tumulto, parecieron clamar, en un eco de la ‘Divina Comedia’: «Abandonad toda esperanza». Este microcosmos de desvarío proyecta la sombra de un dilema más vasto, en el que la balanza entre lo sacro y lo profano oscila con inquietante incertidumbre.
Frente a tal panorama, emerge la promesa de una meditación profunda, no mediante edictos coercitivos, sino a través del prisma de la introspección y el diálogo. Córdoba se enfrenta a la ardua tarea de tejer nuevamente el tapiz de sus tradiciones, procurando que la trama de la modernidad no deshilache el delicado brocado de su historia y su cultura.
La ciudad, como un moderno Jano, mira hacia dos horizontes: el resplandor de un pasado reverenciado y la penumbra de un presente que requiere renovación. Este soliloquio posfestivo es crucial para definir el carácter futuro de las Cruces, buscando rescatar la festividad de las garras del libertinaje y elevarla a la altura de su legado ancestral.
Con el alba de junio acercándose, Córdoba no sólo anticipa una mera revisión de normativas sino un renacimiento espiritual y ético. Se vislumbra la oportunidad de restaurar las Cruces de Mayo como emblemas de una alegría purificada y dignificada, alejada de los excesos que la han desfigurado. En esta forja de reflexión, la ciudad busca no solo la redención de su festividad, sino también la afirmación de su identidad en un mundo que oscila entre la conservación de lo venerable y la aceptación de lo venidero.
*Mediador y escritor
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