Feria de San Isidro

El colombiano Juan de Castilla sobresale con templado valor ante una decepcionante miurada

Los méritos mostrados en esta corrida, que fueron muchos, vinieron a cerrar, además, una jornada épica del torero de Medellín, que por la mañana lidió dos serios ejemplares en la plaza francesa de Víc-Fezensac

El colombiano Juan de Castilla sobresale con templado valor ante una decepcionante miurada.

El colombiano Juan de Castilla sobresale con templado valor ante una decepcionante miurada. / Borja Sánchez-Trillo / Efe

Paco Aguado (Efe)

Feria de San Isidro

Ganado: seis toros de Miura, de aparatosas cabezas y volúmenes, en el tipo de la ganadería, aunque no todos cuajados de carnes. Salvo el tercero, que tuvo movilidad y genio, al resto les faltaron raza y sobre todo fuerzas, como mayor complicación al defenderse o afligirse en el último tercio.

Rafaelillo: dos pinchazos, pinchazo hondo, estocada y descabello (silencio); estocada caída (ovación).

Juan de Castilla: dos pinchazos, estocada baja y descabello (ovación tras aviso); estocada desprendida (ovación).

Jesús Enrique Colombo: bajonazo y cuatro descabellos (silencio tras aviso); pinchazo y estocada (silencio tras aviso).

Cuadrillas: destacó picando al quinto Iván García Marugán.

Plaza. Las Ventas de Madrid. Noveno festejo de abono de la feria de San Isidro, con lleno en los tendidos (unos 22.000 espectadores), en tarde fresca y nublada, con algunas rachas de viento.

El diestro colombiano Juan de Castilla, al que únicamente se recompensó con sendas ovaciones, sobresalió hoy en Madrid con dos faenas de temple y valor sereno ante la corrida de Miura, ganadería que volvía a Las Ventas tras seis años de ausencia y cuyos toros dieron un juego decepcionante por su falta de raza y, sobre todo, de fuerzas.

Los méritos mostrados en esta corrida, que fueron muchos, vinieron a cerrar, además, una jornada épica del torero de Medellín, que por la mañana lidió dos serios ejemplares en la plaza francesa de Víc-Fezensac, con el corte de una oreja, y llegó, por vía aérea, a Las Ventas con la hora justa para volver a vestirse de torero en las mismas dependencias de la plaza.

Desde luego, ese no era el planteamiento más aconsejable para encarar una tardea tan ardua como la de matar dos "miuras" en Madrid, pero, con contados contratos, el colombiano no pudo elegir. Y lo cierto es que, en el ruedo, ante la seria cara de ambos toros, no se notó que acusara el esfuerzo.

Muy al contrario, De Castilla, que tuvo como mecenas en sus inicios como novillero al pintor Santiago Botero, se manejó con los dos de su lote con solvencia y una tranquilidad impropias de quien torea tan poco, basándolo todo en un sereno valor que le sirvió para sacarles más partido del que parecían ofrecer en principio.

El primero, un castaño estrecho y cornalón, acusó la misma falta de fuerzas que tuvieron la mayoría de su hermanos, pero el suramericano aprovechó la que pudo ser su única virtud, una nobleza chochona que le sirvió para poder asentarle y lograrle suaves muletazos sueltos, con suavidad y buena técnica, sin por ello perder un mínimo de sinceridad en sus planteamientos.

Sus fallos con la espada le alejaron de un posible premio, para conformarse con una ovación tan rácana como la que le dieron luego con el quinto, un cárdeno zancudo que mostró ya su mansedumbre saltando hasta dos veces al callejón nada más asomar a la arena.

Pero aquí volvió a servir y a hacerse presente la honestidad de Juan de Castilla, que, después de haber osado hacerle un quite por gaoneras al cuarto "miura", abrió esa faena sin mayores probaturas.

Y no solo eso, sino que además citó al toro de largo y desde los medios, en una apertura similar a las de su paisano César Rincón, para torear al de "Zahariche" como si fuera bueno, cuando en realidad, no pasaba de dar unas embestida cortas y de escasa potencia, solo mejoradas por el preciso temple con que lo trató el colombiano, que mereció más reconocimiento de una plaza, hoy, menos eufórica que los días señalados.

En el cartel se anunciaba también Jesús Enrique Colombo, el único venezolano que pasará por Madrid este San Isidro, y que se enfrentó, en tercer lugar, al único "miura" que mantuvo las fuerzas, solo que para atacar, más que embestir, con genio que este otro suramericano solventó con oficio y habilidad, sin grandes apuros.

Antes de eso había lo banderilleado con mucha exposición, porque, sin la espectacularidad física y el poco ajuste con que mal clavó los palos al último, Colombo vio como el toro, en tres pares muy apurados, le puso los buidos pitones en la cara y en el pecho, saliendo apurado pero con éxito de cada suerte.

Luego, con el último, que se defendió a cabezazos y quedándose muy corto, Colombo tiró de la misma destreza para evitar esas únicas complicaciones, mientras que Rafaelillo, el director de lidia, tuvo que abreviar con un primero tan hondo y serio como endeble, y tampoco perdió demasiado el tiempo con un cuarto con cierta nobleza pero igual de flojo, al que, con poco pulso, no terminó de asentar.