Opinión | El cuerpo en guerra

Oda a mi viejo sofá morado

El sofá nuevo me hará aún más libre, sentir más viva

Apenas me lo creo aún. Nueve años compartidos en los que me ha pasado lo peor y lo mejor, lo que me define como la persona que soy ahora. Y los hemos pasado juntos. Hemos llorado, amado, reído a carcajada limpia, dado alojamiento y soporte emocional a amigos, pasado un miedo atroz, recibido amenazas, también caricias, vivido cumpleaños y nocheviejas, ha albergado sexo y siestas, inmensas horas al calor de la manta eléctrica, también noches de insomnio, innumerables sueños y pelos de Toffee... Y, ahora, se lo llevan.

Parece mentira pero mi viejo sofá morado abandona el 2º izquierda y, desde que adelantaron la fecha de su partida, una fuerte presión en el pecho me acompaña. Me da una pena inmensa. Al fin y al cabo, alrededor de él fue tomando forma esta casa. Y nos ha acunado tanto a Toffee (no ha osado arañarlo ni una sola vez) y a mí.

Ahora se va. Vendrá un sofá nuevo, mucho más cómodo y mullidito, todo limpio y libre de recuerdos para estrenar vida y dejarme abrazar por otros cojines y fibras textiles en las que sólo estará prendido mi olor. Un sofá adulto. Parece muy cómodo y perfecto para disfrutar de esas pequeñas siestas que la medicación y mi cuerpo me piden cada vez con más frecuencia y perfecto para pasar la noche, en cualquiera de sus vertientes. Un sofá para una nueva Ana que aún no tiene muy claro quién después de «todo esto» pero que se muere por descubrirlo y redefinir su refugio.

Con todo este sentimentalismo de por medio diréis que por qué cambio de sofá, que cómo oso traicionarlo. Sí, a veces desarrollo demasiado apego a las cosas, sobre todo cuando se alzan como el único lugar seguro al que volver y mi esquinita del sofá morado junto al cuadro de Miércoles ha sido eso, sin duda. La Ana nueva o la parte más racional que me acompaña sabe que está viejo, gastado, desteñido, lleno de manchas que ya no se van, hundido por algunos lugares, lleno de recuerdos y olores de otras vidas y que alberga ese hueco abombado que la figura de mi exmarido talló en él –y que, con el sofá, se irá lo último que queda de él en casa y en mí misma–.

El sofá nuevo me hará aún más libre, sentir más viva. Hablará sólo de mí. Es lo que necesito ahora, aunque vaya a echar increíblemente de menos mi viejo sofá morado, al que abrazaré y acariciaré como si fuera el fin del mundo su última noche en casa. Siempre será el sofá con el que comencé a construir un hogar, el de los 20 y los primeros 30. Querido viejo sofá morado, gracias por cuidarme tanto y tan bien. Te he amado mucho, pero ahora debo dejarte ir.

  • Ecritora

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