Opinión | Sedimentos

Malos humos

Por mucho que los fumadores empedernidos persistan en su vicio, será difícil encontrar alguno entre ellos convencido de que tal práctica no entrañe quebranto para su salud. Tampoco ignora la mayoría que el perjuicio se extiende a quienes les rodean, si bien tienden a considerar mínimo el daño en espacios abiertos. Muy al contrario, la opinión de los damnificados no fumadores redunda en las molestias que han de soportar contra su voluntad en cualquier zona pública, terrazas, parques y jardines o incluso playas, con mención muy en particular de aquellas en las que se convive con niños, especialmente desamparados frente a los ambientes nocivos.

Sea como fuere, el cerco al fumador se estrecha: se anuncian nuevas medidas restrictivas, así como aumentos de precio, habitualmente tildados de medidas confiscatorias. Tampoco faltan múltiples ayudas para liberarse de un hábito tan pernicioso, del que cada día se descubren nuevos vínculos con diversas dolencias, a la par que se ensalzan los beneficios de vivir al aire libre, en la montaña o en el ámbito rural, lejos de toda clase de malos humos, tanto del tabaco como de la contaminación atmosférica, propia de las grandes urbes.

Quiérase o no, lo cierto es que en el tabaquismo estamos todos implicados, sea directa o indirectamente: todos sufragamos mediante impuestos el coste sanitario de las enfermedades relacionadas con el tabaco; todos podemos contribuir a su erradicación; y todos nos beneficiaremos de ello. Ahora bien, a tal respecto, siempre puede ser más efectiva una actitud de comprensión hacia el fumador que de radical rechazo y exclusión social. Por fortuna, ya se acabaron aquellos tiempos en los que era de uso corriente fumar en cines o en el transporte público... ¡así como también era frecuente observar en consultas y hospitales a algún facultativo cigarrillo en mano!

* Escritora

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