Opinión | Hoy

Los inocentes

«Ellos nos interpelan, por qué los ponemos en medio hasta acabar por inmolarlos y asesinarlos»

Están a nuestro alrededor, por las calles y las habitaciones. Lo que ocurre es que nosotros, los mayores, los responsables, o los que deberíamos ser sus tutores, tan metidos en nuestros propios juegos de poder, de tensiones y de violencia, no los vemos ni queremos verlos. Nos molestan, nos incordian cuando queremos seguir viviendo como antes de que los trajésemos al mundo, creyendo que un hijo es como una pieza de ajedrez, que se queda ahí quieta, sin moverse hasta que no la movemos. Ellos nos miran, nos interpelan, nos preguntan por qué hablamos a voces, por qué nos peleamos, por qué los ponemos en medio hasta acabar por inmolarlos y asesinarlos. ¡Cuántos más niños! ¡Cuántas más niñas! ¡Cuántas más criaturas inocentes tendremos que asesinar, para que, al igual que ocurrió con sus madres, despertemos de nuestro egoísmo y salgamos de nuestro habitáculo, donde tan cómodos arreglamos los problemas del mundo y señalamos como los buenos o los malos en esas guerras que transcurren tan lejanas de nuestra seguridad! Desde nuestro cómodo sillón, no reaccionamos para prevenir, para evitar, sino cuando ya no se puede prevenir ni evitar. Entonces, en nuestra secular hipocresía, nos ponemos a la cabeza de la manifestación, nos agitamos a ver quién hace los más sofisticados aspavientos, quién pone en las redes sociales las palabras más terribles, las sentencias más rotundas. Y nuestros niños y nuestras niñas nos miran absortos, sin entender, mientras los echamos de la vida que apenas iniciaron. ¿Podríamos hacer el esfuerzo de salir por unos instantes de nuestra perfecta comodidad para ponernos en sus almas y los miedos que deben de sentir? Y no sólo el terror de la muerte, de que un energúmeno los acuchille, los envenene peor que a un animal, sino ese arrasamiento que les ocasiona en su inocencia la manipulación de obligarlos a vivir en la continua angustia y en la continua culpa de tener que elegir a quién querer, si al padre o a la madre, y sentir que siempre lo hacen mal. Una infancia destrozada en su raíz, destrozada la sonrisa, la ilusión de un juguete, con la necesidad de huir de una casa, de las voces, y la imposibilidad de hacerlo: esa cárcel impuesta a su inocencia, desde la que nos preguntan por qué los trajimos a este mundo de odios y de ira.

*Escritor

Suscríbete para seguir leyendo