Opinión | Punto y coma

La cruz de las docentes

Es de dominio público que a los españoles les gusta criticar en grupo a las personas, a las familias, a los políticos a los que luego votan y, fundamentalmente, a los gremios, sea este el de los médicos, el de los maestros y profesores, o el de los cuerpos que velan por la seguridad de los ciudadanos, entre otros. Un buen lugar para observar este fenómeno sociológico y, si se necesitase, registrar alguna muestra aleatoria de individuos a los que, sin saberlo ellos, les cuelga un reluciente cartel que reza ‘¡cuán atrevida es la ignorancia!’, queda retratado, con visos del esperpento de Valle-Inclán, en muchas fiestas de cumpleaños que, bien entrada la segunda década del siglo XXI, se organizan para pequeños y mayores. Antes de continuar avanzando, es necesario aclarar tres puntos: afortunadamente, existen las excepciones de las familias que quedan fuera de cuanto se refiera en estas líneas, que, por otro lado, no dejan de ser opinables; en los años 80, los cumpleaños se organizaban única y exclusivamente para los amigos del infante anfitrión, cuya madre se armaba de valor para dar de merendar, entretener y aguantar a toda la turba que hacía las veces de huracán arrollador del hogar de acogida; actualmente, en muchas de estas fiestas infantiles hay mayor número de invitados que en algunas bodas.

No habría ningún problema en todo lo dicho hasta aquí, si los padres de los condiscípulos que acuden a estos festejos no aprovechasen la ocasión para despellejar con palabras vacías de significado y fundamento a la maestra o profesora, dependiendo del curso, de sus hijos. Es muy poco elegante, e implica que existe excesiva voluntad dañina, lanzar críticas absurdas a quien no está presente y no se puede defender, pero es aberrante no dar importancia al pequeño detalle de que, entre los contertulios, se encuentren integrantes del gremio al que pertenece la persona objeto de la ira. Y es que, con ganas y una buena dosis de mala intención, y siempre sin contrastar la información que traslada un menor, que bien aprende lo que ve en casa, se puede criticar todo: hasta que el Sol sale por el este. Si no disfrutan del patio las horas que los progenitores estimen necesarias, ‘estas criaturas necesitan tomar aire, parece mentira que ellas hayan estudiado una carrera y no sepan lo básico’; si el tiempo de diversión o descanso se extiende en el recreo, ‘los tienen abandonados, para no hacer nada ellas’; si se realizan proyectos diferentes a la pauta diaria, ‘están desatendiendo lo fundamental’; si trabajan varios días seguidos con actividades del libro, ‘los niños necesitan divertirse un poco más’ (como si la escuela fuese un circo); si hay efemérides y no se celebran, ‘hay que ver, que no les festejan nada a los pobres chiquillos’; si se organizan actividades relacionadas con conmemoraciones y se pide ayuda a los padres -obviamente, una única persona no tiene por qué hacer más de veinte trajes o un paso de Semana Santa-, ‘¿esta señora qué cree, que no tenemos nada mejor que hacer?’. Es cierto, necesitan las horas para emular, sin conocerlas, a ‘Doña Perfecta’, la de Galdós, o a ‘La tía Tula’, la de Unamuno, que también se creía perfecta.

Es importante observar que, en la mayoría de los casos, son maestras y profesoras las que padecen el zumbido de oídos y quienes son sometidas a un examen diario sin criterios coherentes de evaluación y calificación. A la maestra de mi hijo y a todas cuantas sí hacen los veinte trajes, el paso, el Cristo en la Cruz y la Virgen María ellas solas, muchas felicidades; asimismo, todo el ánimo, para que puedan portar su particular cruz, y sobrellevar este Viernes, y cuantos días haya, de Dolores.

** Lingüista

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