Opinión | Tormenta de verano

La riqueza de las naciones

Se preguntaba Adam Smith en el siglo XVIII porqué unos países son más prósperos que otros

Acabamos de conmemorar hace unos días la publicación en Londres el 9 de marzo de 1776 del libro de Adam Smith titulado ‘La riqueza de las naciones’, que marca el inicio de la ciencia económica, a la vez que pone los cimientos del liberalismo económico. Obra que, según el Nobel de Economía y premio Princesa de Asturias Amartya Sen, es el libro más grande jamás escrito sobre la vida económica.

Se preguntaba el autor escocés porqué unos países son más prósperos que otros, analizando la división del trabajo, los mercados, la acumulación del capital, la moneda o la explotación de la riqueza natural. Y en su tesis liberal justificaba la llamada teoría de la mano invisible, por la que el libre ejercicio del interés individual beneficia de forma exitosa y atiende al bien común, solventando problemas con la satisfacción de las necesidades a través de la libre empresa, la libre competencia y el libre comercio. Si bien, entonces los moralistas dominaban la economía, y la obra de Smith no se conoce sin el complemento de su ‘Tratado sobre los sentimientos morales’.

Desde ese momento, llevamos más de dos siglos midiendo en términos de renta per cápita y de PIB la riqueza de nuestras sociedades. Tengamos en cuenta que el capitalismo se caracteriza por el llamado egoísmo definicional, lo que sabemos bien estos días en que se ofrecen los balances del último ejercicio de las grandes corporaciones financieras e industriales.

Hoy, sin embargo, deberíamos hacer más hincapié para identificar el poder de una sociedad no solamente en el número de sus depósitos bancarios, de sus patentes o exportaciones, sino también tenemos que hablar del capital social que la soporta. Entendiendo por éste, el nivel de sociabilidad y de relaciones entre grupos e individuos basado en el afecto, la confianza mutua, la empatía, las normas efectivas y las redes sociales existentes. Es un indicativo importante, pues el vigor y la calidad del capital social de una comunidad están en la base del bienestar y la felicidad de sus miembros.

¿Cómo andamos de valores y capital social? Me pregunto al hilo de los últimos aconteceres que acaparan los noticiarios. Una sociedad que normaliza la mentira como discurso, que relativiza los valores de la honradez o la decencia, de la lealtad y la coherencia; que se conduce de forma indolente y se deja atropellar, es una sociedad más que enferma, moribunda. Las recientes encuestas del CIS señalan entre los principales problemas que perciben los ciudadanos la situación política actual de bipolaridad y enfrentamiento, que resta estabilidad al presente y cuestiona la confianza en el futuro. Ante ello, es necesario una respuesta cívica de todos los estamentos, un rearme de ética, un cambio de mentalidad que se vuelva intransigente con la corrupción económica y política de todo signo. Una sociedad sin valores es una sociedad sin rumbo. No es creíble nuestra lucha por los derechos de los demás, si no sabemos o queremos defender los propios. Debemos de recuperar de nuevo el protagonismo de la ciudadanía y los valores cívicos de «la libertad, la igualdad y la fraternidad» que terminaron con el yugo del Régimen Absolutista. Como señalaba recientemente el profesor Amorós, un pueblo que no lucha por su dignidad es un pueblo de esclavos, alimentados y bien comidos, pero esclavos a fin de cuentas. Que no cuenten conmigo ni contigo.

** Abogado y mediador

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