Opinión | Escenario

Procesionarias

«Nos limitan a la hora de hacer peroles y eso, en Córdoba, es un verdadero problema

Hablo por teléfono con mi amiga Eulalia, que vive en Cerro Muriano, casi todas las semanas y desde allí me va desgranando lo que debería ser su tranquila vida, pero que no lo es, porque no para de meterse en líos de diversa índole. Otro día les contaré alguno de ellos y tendrán entretenimiento para rato, porque el tema de hoy, el objeto de su última llamada, es suficientemente peliagudo como para dedicarle esta columna. Su voz sonó urgente: «No se te ocurra venir con tus nietos o con la perra. Esto está lleno de procesionarias.» «Como todos los años», contesté. «No, este año es peor. Son muchísimas y han bajado de los nidos antes de tiempo. Seguramente, por el calor. Es desesperante. Bolas. Filas y filas por todas partes.»

No puedo evitar relacionarlas con la Semana Santa, con la que coinciden o coincidirán en el tiempo, por su nombre, que, desde luego, describe su modo de desplazarse desde la copa del árbol hasta que se entierran: ordenadamente, una detrás de otra, unidas por la fina seda que segregan, para no dejar ningún espacio entre ellas; al parecer, la idea es protegerse la cabeza de sus depredadores, que son algunas aves insectívoras, como las abubillas y los herrerillos y entre los insectos, avispas, cigarras y algunas hormigas. Lo cierto es que las procesionarias son orugas que, a primera vista, parecen simpáticas e inofensivas, tan calladitas, tan miméticas, con esos pelitos -ya he dicho que el tema es peliagudo- que las cubren y las hacen tan atractivas y que son su mejor defensa. Cuando se sienten atacadas los desprenden y, como son tóxicos, pueden afectar a las mucosas de nariz y ojos o a la piel, causando irritaciones, inflamaciones y urticarias. No digamos ya en el caso de ser ingeridas, que es el peligro que corren los perros, y los niños, que pueden tocarlas y chuparse las manos.

Hay remedios para exterminarlas, principalmente destruyendo el bolsón blanco que les sirve de nido, entre las hojas de los pinos, de las que se alimentan mientras son larvas. También con trampas a base de feromonas, que atraen a los machos durante su fase de polilla reproductora. Casi todos son métodos caros e insuficientes cuando se trata de aplicarlos en muchos árboles y, ¡como en el Muriano no hay pinos...! Y otra consecuencia de las dichosas procesionarias, y no lo tomen como frivolidad, es que nos limitan a la hora de hacer peroles y eso, en Córdoba, es un verdadero problema.

*Académica

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