Opinión | Tormenta de verano

Por una igualdad plena

Cada 8 de marzo es un recordatorio sobre la necesidad de una igualdad real de la mujer

No pasa desapercibido el día internacional que celebra casi la mitad de la población mundial. Desde que lo aprobase la Asamblea General de Naciones Unidas en el año 1977, cada 8 de marzo se convierte en una oportunidad para despertar las conciencias sobre la necesidad de una igualdad real de la mujer, como objetivo prioritario para alcanzar una sociedad libre. Es cierto que nuestra Constitución proclama en su artículo 1 la igualdad como uno de los valores superiores que fundamentan todo el Ordenamiento Jurídico y el sistema político. Además de proclamarse la igualdad formal de todos los españoles ante la ley en su artículo 14. Y una igualdad material que obliga a todos los poderes públicos a remover los obstáculos que impidan el ejercicio efectivo de los derechos, como mandata el artículo 9.2 de la Carta Magna. Y si la igualdad es un derecho fundamental como reconoce nuestro Tribunal de garantías, nos preguntamos porqué persiste un techo de cristal, un tope invisible que hace de barrera implícita pese al avance normativo que se ha sucedido en nuestro país con las leyes de promoción de la autonomía personal de 2006, la de igualdad efectiva de hombres y mujeres de 2007, y la ley de protección integral contra la violencia de género de 2004.

Mucho tienen que ver los parámetros culturales enquistados en el adn de nuestra sociedad, que no siempre avanza de forma homogénea ni sostenible. No solamente la brecha salarial, la escasa conciliación laboral o la explotación sexual son déficits que impiden una igualdad plena para las mujeres, ligadas durante centurias a ocupar el espacio privado de la convivencia, frente a un espacio público reservado para los hombres. La educación de todos, sin duda, se ofrece como el antídoto y la vacuna necesaria frente a esas quiebras de la dignidad.

Este año, Naciones Unidas con su lema «financiar los derechos de las mujeres: acelerar la igualdad» nos propone incrementar la participación de la mujer en todos los ámbitos, no sólo como un imperativo ético desde la perspectiva de los derechos humanos, sino también como la piedra angular de sociedades más inclusivas, y como un notable recurso económico que nos enriquece a todos y exige de recursos.

Si además levantamos la mirada al resto del mundo, tomaremos conciencia de la situación discriminatoria que sufren las mujeres en numerosos países, con situaciones de semi esclavitud, postergadas a la pobreza, a los matrimonios forzados o a imposiciones religiosas que coartan la libertad personal más elemental. Esto lo conoce bien el obispo cordobés Juan José Aguirre y la Fundación Bangassou, que celebra su tradicional encuentro solidario, no sólo para alimentar a los comensales que se citen en la gala benéfica, sino para alimentar materialmente a una población con una esperanza media de vida que no llega a los 60 años, para alimentar numerosos proyectos humanitarios que dignifiquen la vida de miles de seres humanos que no han tenido la opción de mejores oportunidades, este año especialmente comprometido para ofrecer formación y alternativas a los jóvenes que abandonan la guerrilla. La diócesis centroafricana de Bangassou está en el corazón de miles de cordobeses que arropan la entrega desmedida y el ejemplo generoso de Juanjo Aguirre. En mi casa y en otras muchas, en la cena de Nochebuena leemos la tradicional carta que Juanjo manda a sus paisanos compartiendo, con nombres y casos reales, sentimientos de lucha y esperanza, de una humanidad que desborda religiones, etnias y banderas, para no perder la conciencia de que otro mundo existe, y también es posible. Apoyémoslo. La igualdad y la dignidad de una persona es la igualdad y la dignidad de todos.

** Abogado y mediador

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