Opinión | TORMENTA DE VERANO

Cenizas y olvido

El miércoles de ceniza nos baja a la realidad inequívoca, a la finitud irremediable

Atrás quedan los ruidos, la algarabía, los disfraces y las bromas, las coplillas y las ironías, de un carnaval que marchó aunque sus protagonistas asoman, con disfraces y sin disfraces, sin pudor cada día. Llega doña cuaresma, recatada y silente, preñada de cultos y letanías; de penitencias y retiros, de ayunos y agonías.

Y en el pórtico del comienzo, aparece el rito de la ceniza, para recordarnos que polvo somos y seremos. Llamadas a la conversión y al arrepentimiento, a dejar atrás las cadenas que nos oprimen, y que muchas veces son las que menos pesan. Todo lo opuesto al mundo que nos convoca y nos desborda, que nos arrasa y enreda, que nos pide y propone la continua cita previa de una agenda que no nos pertenece. El miércoles de ceniza, dintel de entrada a la cuaresma cofrade con sus cultos, pregones y conciertos, nos baja a la realidad inequívoca, a la finitud irremediable. Escribía Jorge Luis Borges que ser inmortal es algo común: excepto el hombre, todas las criaturas son inmortales porque ignoran la muerte. Lo que es divino y terrible, incomprensiblemente dice el escritor argentino, es saber que uno es inmortal.

El ‘carpe diem’ infinito, ese que nos venden de neón y promesas, de espejismos, riquezas y placeres financiados en cómodos plazos, no puede ocultar que ‘tempus fugit’, que el tiempo huye y se escapa, como las nubes y las sombras, que marcha como el aire, sin retorno. Y me vienen a la memoria los versos del poeta porteño: «Ya somos el olvido que seremos./ El polvo elemental que nos ignora/ y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los hombres, y que nos veremos/. Ya somos en la tumba las dos fechas/ del principio y el término. La caja/ la obscena corrupción y la mortaja,/ los ritos de la muerte, y las endechas».

Sí, las cenizas nos apartan de las vanas glorias, nos muestran nuestra fecha de caducidad: ‘memento mori’. De dónde venimos y hacia dónde vamos, recuerdan el sentido que debemos dar a nuestros pasos y entorno. Un sentido de la vida y la existencia que no es colectivo sino individual, y cada uno tiene su respuesta que varía según los objetivos y las metas que se marque, según lo que le haga o crea que le hace feliz. Puede que el verdadero sentido de ser y estar sea uno, amar y compartir. Junto al camino de los cipreses en el Desierto de Nuestra Señora de Belén o las Ermitas, bajo la calavera reza la leyenda «Como te ves, yo me vi / como me ves, te verás. / Todo para en esto aquí. / Piénsalo y no pecarás». Sólo somos dueños de nuestro pasado. Escribe el autor de ‘Elogio de la sombra’: sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece. Todos caminamos hacia el anonimato perpetuo, solo que los mediocres llegan un poco antes, apostilla.

En este invierno desnudo de esperanzas, nieva ceniza. Cenizas para todos, ni izquierdas ni derechas. Las suaves cenizas del olvido, de la insoportable levedad del ser, esas que ponen contrapunto a despropósitos y urgencias. Ama con inteligencia, de forma plena, como acto deliberado. Vive, amigo lector, como si esperaras llegar a tu meta, para que nunca hagamos la tremenda y sentida confesión del poeta: «He cometido el peor pecado que uno puede cometer, no he sido feliz»

 ** Abogado y mediador

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