Opinión | TRIBUNA ABIERTA

¿La hora de Kamala?

El fiscal decidió que no había caso contra Biden porque eran evidentes sus limitaciones mentales

El presidente Biden y el expresidente Trump se han enfrentado a acusaciones semejantes por haberse llevado de la Casa Blanca documentos clasificados, pero su procesamiento y consecuencias no pueden ser más distintos.

En el caso de Biden, el sumario se ha cerrado ya, mientras que el de Trump todavía estará en marcha durante meses y podría acabar ante el Tribunal Supremo. Pero las diferencias no acaban aquí: si Trump todavía puede temer una sentencia que lo condene y le cierre el camino a la Casa Blanca, Biden se enfrenta ya a una realidad: el fiscal decidió que no había caso contra él, pero lo hizo porque eran evidentes sus limitaciones mentales, algo funesto para un hombre que quiere ser reelegido para la primera magistratura.

Biden acudió rápidamente a los medios informativos para dar una de sus infrecuentes conferencias de prensa y demostrar así que el fiscal le imputaba una deficiencia inexistente, pero no hizo más que desplegar una vez más sus limitaciones, con errores tan graves como confundir al presidente egipcio con el mexicano, lo que le llevó a llamar Sissi a Manuel López Obrador.

Que semejante despliegue de senilidad y la sentencia basada en sus deficiencias ponen en peligro su permanencia en la Casa Blanca es evidente, pero no solamente porque le será más difícil ganar las elecciones dentro de 10 meses, sino porque algunos legisladores tal vez consideren peligroso que un hombre con tales limitaciones controle el maletín con las claves para desencadenar una guerra atómica y decidan aplicar la enmienda 25 de la constitución norteamericana:

«Cuando el vicepresidente y una mayoría, o bien de los jefes de los departamentos ejecutivos o de otros cuerpos semejantes como el Congreso, transmitan a los presidentes del Senado y de la Cámara de Representantes su declaración por escrito de que el presidente es incapaz de cumplir con las obligaciones de su cargo, el vicepresidente asumirá inmediatamente las obligaciones y el poder del cargo en calidad de presidente en funciones»

Esto significaría que la vicepresidente Kamala Harris (a quien la gente ha puesto el apodo de «qué mala») ocuparía la Oficina Oval, algo que tan solo tendría garantizado por 11 meses, hasta la toma de posesión en enero del año próximo del ganador de las próximas elecciones.

Una broma frecuente en Washington es que Biden, consciente de lo avanzado de su edad y del riesgo que conllevan su limitaciones evidentes, eligió a Kamala Harris como su vicepresidente para que los responsables políticos no recurrieran a la citada enmienda, precisamente para evitar que la exsenadora por California tomara las riendas del poder, en una extraña coincidencia de limitaciones, una por falta de luces y la otra por senilidad.

Entre tanto, el expresidente Trump disfruta del momento: tanto él, que todavía ha de esperar meses para responder ante los tribunales, como Biden, que ha salido ya del peligro de un juicio, han sido acusados de lo mismo, pero mientras Trump puede ser absuelto, a Biden le han aplicado la peor de las absoluciones.

Al mismo tiempo, Trump disfruta de la actitud circunspecta del Tribunal Supremo, que, obligado a intervenir en el caso de una sentencia estatal contra Trump, ha preferido no entrar en el debate acerca de las posibles acciones o instigaciones del expresidente, sino que se ha limitado a aspectos generales de la Constitución y, además, ha desplegado una unidad poco frecuente, en que tanto los magistrados conservadores como los progresistas han coincidido en su deseo de evitar una sentencia que aumentaría las divisiones en el país y abriría el camino a futuras crisis constitucionales.

Trump está así al abrigo de sentencias, con una imagen más sólida que su rival y a punto de conseguir la nominación presidencial. Y quizá un increíble y sin precedentes retorno a la Casa Blanca.

* Periodista

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