Opinión | PUNTO Y COMA

Un AVE por cuatro ‘rodalies’

Puede haber diferentes motivos que favorezcan que alguien decida aprender una lengua distinta a la suya: porque así venga determinado en un sistema de enseñanza; por una necesidad laboral y, por tanto, económica; por haberse enamorado de una persona de otro lugar y querer entender el idioma de una nueva familia política y, por ende, una de las dos lenguas que hablarán los futuros hijos; por prestigio social y/o académico; por mero interés, o, incluso, por puro entretenimiento. Sea como fuere, navegar por un sistema lingüístico que no es el materno o el adquirido desde la infancia puede tornarse en una travesía más o menos dura para los aspirantes a usuarios de un nuevo código de comunicación. Y ello tal vez venga determinado por el grado de imposición que produzca la necesidad o, en el mejor de los casos, el interés por estudiar una lengua.

Dejando al margen (ni mucho menos por desprecio) la situación de aquellos que aseguran sentirse oprimidos por la imposición del español en algunas zonas del Estado, existen poderosos motivos para estudiar, hablar y dominar la lengua española, se tenga o no, o bien se quiera o no, la nacionalidad de uno de los veintiún países en los que es oficial la lengua de Lope. El Instituto Cervantes, ente público creado en 1991 para promover la enseñanza, el estudio y el uso del español en el mundo, trabaja para convencer a cualquier ciudadano universal de lo que millones de personas ya han comprendido: en su último informe anual, dicha organización expone que el número de personas que habla castellano (así se denomina en el artículo 3 de la Carta Magna) roza actualmente los 600 millones, cifra que equivaldría a un 7,5 % de la población del planeta. El español es una lengua ‘global’ que no ha dejado de experimentar un crecimiento continuo y significativo. Se encuentra entre las cinco primeras lenguas del mundo --puesto arriba o abajo, en función del interés de quien presente los datos--, no solo por su número de hablantes, sino también por el número de países en los que es oficial y por su extensión geográfica. Asimismo, el español es la tercera lengua más utilizada en Internet, y ello no ha pasado inadvertido a los lingüistas computacionales, que desde hace algún tiempo vienen trabajando en equipos multidisciplinares para que la Inteligencia Artificial también hable esta lengua. En cualquier caso, el español deja poco margen de maniobra para la manipulación, pues las cifras hablan por sí solas. Y todo ello se traduciría en un filón con posibilidades económicas y de prestigio envidiables para cualquier hablante de otro idioma, si se tiene en cuenta, por ejemplo, lo que explicaba el sociolingüista británico Hudson: en algunas zonas del planeta las madres hablan a sus hijos en un idioma diferente al que ellas tienen como materno, con vistas a que sus vástagos puedan adquirir lo que un hablante de español posee solo por el mero hecho de serlo.

Felicito a esos traductores que llevan unos meses trabajando en el Congreso de los Diputados para que puedan entenderse los nativos de español, catalán, euskera y gallego, pues en estos momentos están disfrutando de los beneficios económicos que a veces proporciona el hecho de hablar más de una lengua. Sin embargo --y lo dice alguien que comprende todas, y habla casi todas, las lenguas de la Península Ibérica--, resulta hilarante acudir a la disciplina tan necesaria de la Traducción e Interpretación, cuando se trata de una situación comunicativa en la que los participantes tienen en común una lengua por cuyo dominio millones de personas pagarían y pagan. Y es que, aunque se aparten de adonde quieren ir cada vez más hablantes, ese movimiento un día quizás no se les perdone a sus descendientes. La situación actual y futura del español no amnistiará a quienes cambien un AVE por cuatro ‘rodalies’.

 ** Lingüista

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