Opinión | HISTORIA EN EL TIEMPO

La frustración política en España (5)

El primer y acaso también único libro que entonces diera a la imprenta pluma tan fértil fue su tesis doctoral

Pese a su corta dimensión temporal --apenas un tercio de siglo--, el venturoso ciclo de la innegablemente abrillantada Transición se ha mostrado muy rico en el fenómeno analizado en estas páginas durante el primer mes de un año de 2024 que se presenta perfilado con desgracias sin cuento tanto en el plano nacional como en el internacional. Mas, como es harto sabido, a los aprendices de historiador como al anciano cronista les está tajantemente vedado conjeturar el futuro y han de ahincarse solo en el análisis del pasado, llevados, por supuesto, del afán de aclarar de este modo el siempre conturbado presente. Y prueba indudable de lo muy complejo que ha sido el ayer español más reciente se descubre precisamente en el gran número de frustraciones que lastraron vocaciones y carreras políticas de peraltado coturno, conforme es fácil de comprobar con la lectura más ligera del relato postrero de nuestra convivencia en el pretérito más cercano.

Uno de los ejemplos más señalados y reveladores de lo antedicho lo encontramos en la sugestiva trayectoria de uno de los personajes-clave en un segmento crucial del recorrido de la Transición: el madrileño Óscar Alzaga, que no ha mucho acaba de ingresar en el melancólico gremio de los octogenarios, cada día más acrecido, pero también más pesaroso debido a la desatención extrema profesada por la sociedad hispana hodierna a toda su población anciana.

Formado como muchos otros de los más prometedores jóvenes burgueses de la cruda postguerra nacional en el justamente muy merecido apreciado Instituto de Enseñanza Media madrileño «Ramiro de Maeztu», su tránsito por las igualmente muy valoradas aulas de la Facultad de Derecho de la Complutense distinguiose por la brillantez de su currículo y lo ardido de su vocación política en los todavía muy incipientes círculos precursores del renacimiento demócrata-cristiano, acaudillado por dos figuras de su máxima admiración: los catedráticos D. Manuel Giménez Fernández, titular de la cátedra de Derecho Canónico en el ‘Alma Mater’ Hispalense desde los tiempos de la Segunda República , y D. Joaquín Ruiz Giménez, a cuyas esferas de los recién nacidos ‘Cuadernos para el Diálogo’ se incorporó como pieza muy destacable a partir de su nacimiento en los albores del llamado tardo- franquismo. Con el simultáneo respaldo poco después del rector de la flamante Universidad Autónoma madrileña, el granadino D. Luis Sánchez Agesta --su poderoso también introductor de embajadores en la Asociación Nacional de Propagandistas Católicos y su sobresaliente Centro Universitario--, su acceso a una cátedra de Derecho Político (muy pronto denominada Derecho Constitucional) en la recién creada Facultad de San Sebastián llegaría por sus pasos contados, muy poco antes de regentar la de la muy flamante Universidad a Distancia, en la que experimentaría no pocos años adelante un situación rocambolesca con otro belicoso compañero de asignatura en el mismo centro de la UNED.

La sorprendente capacidad de trabajo del inquieto alevín de D. Joaquín Ruiz Giménez se revalidaría en los años aurorales de la Transición con una tarea publicística de primer orden, en particular, por el número de su trabajos, casi ninguno de entre ellos de factura libresca y con ostensible predominio de colaboraciones en libros colectivos, artículos y reseñas.

El primer y acaso también el único libro que por entonces diera a la imprenta pluma tan fértil fue su tesis doctoral, acerca de los orígenes de la democracia cristiana en el suelo español, según analizaremos ya en un próximo y último capítulo de la presente serie.

** Catedrático

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