Opinión | TORMENTA DE VERANO

Círculo de silencio

Pueden existir silencios de pánico, o silencios de desprecio, entre otros muchos contextos

Ya dijo la escritora que la respiración continua del mundo es aquello que oímos y llamamos silencio. Hoy, que tantas imágenes y mensajes nos llegan por doquier, donde algunos hablan y muchos gritan, y se esgrimen argumentos contra todo y contra todos, recobra especial significado la importancia del silencio, la ausencia de palabras y de ruidos que si resulta bien utilizado puede ser una fuente de crecimiento y de confianza. Además del reconocido y sufrido silencio administrativo, hay muchas clases de silencios. Los silencios cómplices y comprometidos; silencios por descuido o que nos sirven para ubicarnos en el campo cómodo de la ambigüedad; silencios de cortesía que tratan de evitar la molestia al otro; los silencios sistemáticos de apatía, de quienes les resbala cualquier cosa que se diga; silencios de ocultación o de medias verdades que sirven para aparentar o maquinar un engaño, pues las mentiras más crueles suelen ser dichas con intencionada mudez; o el silencio evasivo o tacticista. Pueden existir silencios de pánico, o silencios de desprecio, entre otros muchos contextos. Al fín, somos esclavos de nuestras palabras, pero dueños de nuestros silencios, o como diría Jorge Luis Borges, no hables a menos que puedas mejorar el silencio.

Y les digo todo esto porque hace unos días fui invitado a participar en el centro de nuestra ciudad a un «círculo de silencio» que organiza un jueves al mes desde hace 5 años la Delegación Diocesana de Migraciones. Un centenar de personas representando a distintos colectivos sociales, que forman un enorme círculo en la vía pública bajo la pancarta ‘En solidaridad con las personas migrantes y refugiadas’.

El encuentro y la monición que precedió a los 10 minutos de silencio, llevaba por título ‘Invisibilizadas’ y estaba dedicado a las mujeres migrantes en el cruce de fronteras, con motivo del reciente informe realizado por la entidad Entreculturas, que denuncia el rostro femenino de esa inmigración de miles de mujeres y niñas que especialmente sufren la violencia física, psicológica y sexual, económica e institucional, la violencia estructural y la cultural que se da en tantas latitudes del mundo y especialmente en la frontera sur de Estados Unidos y de Europa. Denunciado la vulnerabilidad y la precariedad de estas mujeres que sostienen los cuidados de toda una sociedad y los de su propia familia, y que se ven obligadas a participar en dinámicas de explotación laboral, sexual y de muchos tipos. La crisis de los cuidados que impacta no solo en ellas, sino también en sus hijos y las personas a su cargo, pues ser migrante y madre lamentablemente implica una carga difícil en nuestras sociedades.

En el trajín de los viandantes, en el fragor del discurrir de la ciudadanía con sus quehaceres cotidianos en mitad de una tarde cualquiera, desde el corazón de la ciudad sobrecoge el gesto de silencio de quienes denuncian la injusticia. Sin duda, el suyo es un silencio que empodera, que compromete, que incomoda. No es un silencio vacío, sino un grito desgarrado que llega más allá de convenciones y tratados, de declaraciones y manifiestos. Silencios cuando todo está dicho y escrito, cuando las situaciones son evidentes. Silencios de luto, de sufrimiento, de acompañamiento, de reflexión personal y colectiva. Silencio de dignidad, de conmoción, de respeto. Silencio que desnuda banderas y proclamas, sin vacilaciones ni miedos, que recorre ruidos y traspasa discursos. Silencios que hieren y transforman, o deberían. Quien no entienda los silencios, seguramente tampoco podrá comprender las palabras. Como escribió Disraeli, el silencio es la madre de la verdad.

** Abogado y mediador

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