Opinión | TORMENTA DE VERANO

Nuestra huella judía

En los siglos X y XII, Córdoba, como capital de Al-Andalus, era el centro del judaísmo en todo el mundo

Ahora que estamos en plena celebración de la Feria Internacional del Turismo, ponemos el acento en unos de los atractivos turísticos que deberíamos conocer más y potenciar mejor, como es el patrimonio cultural sefardí en nuestra tierra. El judaísmo es un mundo muy diverso: no en vano, como dice el refrán, donde hay dos judíos existen tres opiniones, y somos muy ignorantes sobre el judaísmo sefardí, el askenazi, el mizrají, el falasha, el reformista, el ultraortodoxo, o el reconstruccionista, y tantas otras formas de una identidad que se ha ido adaptando durante siglos a múltiples vicisitudes.

Hace unos días, organizado por el centro cultural Plaza de la Concha, de la mano del único rabino de nuestra provincia en la actualidad y en los últimos 500 años, Haim Casas, tuve la ocasión de disfrutar de la huella judía en nuestra ciudad. Fue una gozada adentrarse en ese laberinto de cal y tiempo detenido, que recorre el barrio de la antigua judería cordobesa, y conocer tradiciones, vivencias, vestigios urbanísticos y arquitectónicos, además de un extenso patrimonio intangible surcado por siglos de historia. Penetrar en una de las sinagogas más importantes de España -segundo monumento más visitado de la ciudad-, reconocer el trabajo de la Casa de Sefarad, el zoco artesano, la plaza de Tiberíades, pasando por calle Cabezas con su sinagoga secreta que llevó a la condena a muerte por el Tribunal de la Inquisición a más de cien falsos conversos a principios del siglo XVI, y terminar en la llamada «casa del judío», ubicada en la plaza que lleva el nombre su propietario, Eliaj Nahmias -junto al museo arqueológico-, no tiene precio.

Nuestra historia es un rico tapiz tejido a lo largo de los siglos por la huella e interacción de múltiples culturas e identidades. La presencia y la importancia del mundo hebreo en nuestra Península se remonta en torno al siglo X a.C., cuando a bordo de las naves fenicias que se dirigían a Tharsis (Tartessos), en la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, donde era abundante el cobre, se embarcaban familias judías. Algunas de ellas se dirigieron hacia la desembocadura del Guadalquivir, remontando el río hasta el actual emplazamiento de la ciudad, donde habitaban entonces los ibero-turdetanos. Se piensa que los judíos se quedaron ya en la zona y cuando Claudio Marcelo funda la ciudad, junto al poblado ibero-turdetano, los judíos estaban emplazados aquí desde mucho tiempo atrás, según algunos historiadores. Comunidad que fue creciendo, ocupando cargos de notoriedad pública en la etapa califal. La importancia de Córdoba para los judíos es reconocida mundialmente, ya que en los siglos X y XII, cuando el Judaísmo vivió uno de sus momentos de máximo esplendor intelectual, espiritual, filosófico y poético, Córdoba como capital de Al-Andalus, era en ese momento el centro del Judaísmo en todo el mundo. Como señala el rabino Haim -cuyo nombre hebreo significa las 2 vías, espiritual y material- , «es impresionante venir a Manhattan y darse cuenta de que en las sinagogas del siglo XXI se cantan poemas escritos en Córdoba en el X y XI». En ese lugar preeminente destaca la figura del cordobés Moisés ben Maimón, o Maimónides, destacado filósofo, jurista, médico y erudito. Sus influyentes obras, como la ‘Guía para los perplejos’, que dio forma tanto al pensamiento judío como a la filosofía medieval, o la ‘Mishné Torá’, que es un código legal integral que organiza sistemáticamente la ley judía, fueron referentes mundiales en los siglos posteriores.

Córdoba pertenece desde su fundación a la Red de Juderías Caminos de Sefarad, y con iniciativas como el Otoño Sefardí o el Festival Internacional de Música pretende preservar ese reclamo que la ciudad representa para las grandes comunidades judías de todo el mundo. Así se reivindicó, por ejemplo, en diciembre de 2022 por la Diputación de Córdoba con su presentación en Nueva York y con otras iniciativas que muchas veces resultan aisladas, desconectadas e insuficientes. Deberíamos retomar, junto a los referentes musulmán y cristiano, el potencial de la cultura sefardí y, entre otras, acometer iniciativas postergadas como la de un Centro de Estudios Hebreos en sede universitaria, que alimenten el interés por conocer esta parte de nuestra cultura y el atractivo en la gestión turística de nuestro rico patrimonio

** Abogado y mediador

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