Opinión | tribuna abierta

Buenos propósitos

El único empeño posible este año es obligarse a pensar qué se puede hacer de forma individual

Este año, los amantes de los buenos propósitos lo han tenido difícil desde el principio. Los defensores de alimentar la lorza sin miramientos, los detractores del colesterol, los de una más y me voy a casa, los de cómo vas a tirar eso y los rondadores de bandejas de turrón han empezado enero un lunes, que ya es mala suerte. El lunes me pongo a régimen ha coincidido con el uno de enero cambio mis hábitos y en veintiún días estoy que no me conocéis, y así, las dos fuerzas se han anulado y estamos como hace dos semanas, o sea, como siempre, en la casilla de salida y tratando de que la travesía sea de oca a oca, que es más rápido.

A este paso llegamos al día más triste del año, que también es un lunes, sin un solo cambio, y eso no, que para seguir igual no nos hemos puesto en marcha. Justo de eso se trata, de andar un poco un día, otro más al siguiente y así, sin parar, acabar haciendo el camino de Santiago, o en su defecto, recorrer la distancia que nos separa de alguna gente, aquella a la que por motivos difusos hemos dejado de ver. En lugar de cerrar la boca ante la comida y matarnos de hambre y sobre todo de asco con algunos regímenes que son tendencia, tratar de comer mejor, más sostenible como dicen ahora, o con más cabeza, como se ha dicho siempre. No pedir tomates ni melones en enero también estaría bien, igual que comprar productos de proximidad.

Además podemos abrir la boca para tomar aire, para relajarnos, para decir a voz en grito todo lo que pensamos sin otra cortapisa que el respeto o el cariño. No tragar nada que no queramos tragar, no comulgar nunca más con ruedas de molino, masticar despacio y hacer digestiones de sofá, brasero o hamaca. Levantarse cada día con el firme propósito de no enterarse de nada para no amargarse la mañana y aun así, correr a leer la prensa para volver a darnos cuenta de que no hemos aprendido, que la guerra de las mascarillas acaba de empezar, y que cada comunidad pretende ir por libre pero luego acudir en busca de ayuda al gobierno central, como niños pequeños que se han caído en el parque al que se han empeñado en ir. Lo de las residencias tampoco ha mejorado. En Madrid, se siguen rigiendo por unas normas que tienen más de treinta años. Y así todo. Y a pesar de eso, no elegir como propósito dejar de leer, sino todo lo contrario, empaparse no de ficción sino de realidad, desayunar con las noticias, mojar en el café los titulares de Gaza, Ucrania, los crímenes contra los niños, el hambre y el umbral de la pobreza. Y luego, tragarlos, asumirlos, plantearse de una vez por todas que el único propósito posible este año es obligarse a pensar qué se puede hacer de forma individual, a quién se vota, cómo volver a ser humano, cómo no endurecer el corazón para que no dejen de importarte las únicas cosas importantes de la vida. Después, ya si conseguimos eso, solo queda lo más fácil: adelgazar, comer mejor, hacer deporte, ir a un gimnasio... esas fruslerías al alcance de cualquiera.

* Escritora

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