Opinión | entre líneas

Felices Saturnales

En Roma, desde el 17 de diciembre y hasta el día 23, se rendía culto a Saturno con banquetes públicos

No solo existe la política de partido. Todo es política desde que uno se despierta. Desde elegir la ropa con la que mostramos nuestra imagen a los demás identificándonos con un grupo social u otro a cepillarnos los dientes (que es una declaración de principios de cómo nos cuidamos) y hasta cargar el móvil para ver los mensajes que nos ha llegado por la noche es política. Como también lo es poner la cafetera al fuego más o menos cargada o echar los restos del café mojado del día anterior al cubo de basura correcto para su tratamiento como residuo orgánico. Igual que la forma en la que saludamos al vecino al salir de casa y cuando pensamos que a nuestra calle le vendría bien más árboles, o algún banco, o un carril bici, o aparcamientos, o todo ello junto, o ninguna de estas cosas... Todo es política en el fondo. Que tampoco está mal, porque vivir en sociedad, e incluso de espaldas a ella, no deja de ser una decisión política personal.

De hecho, las fechas prenavideñas que vivimos son política. La selección de villancicos del espectáculo de luces de la calle Cruz Conde o la mayor o menos presencia de adornos con motivos religiosos es una declaración de principios de nuestros pensamientos más o menos tradicionales y, en cierta forma, de nuestras ideas conservadoras o progresistas. Sin embargo, si quisiéramos cumplir con las tradiciones ‘a tope’ habría que decir que los belenes, por ejemplo y por muchos siglos de tradición que tengan, también son tan ‘innovadores’ en estas fechas como Santa Claus, ya que todo lo inventaron los romanos con las fiestas Saturnales. Y es que en Roma, desde el 17 de diciembre y hasta el día 23, se rendía culto a Saturno con banquetes públicos, intercambiando regalos entre familiares y amigos, adornando con luces las casas, cuidando especialmente a los pequeños, relajando los papeles sociales y sentando a los esclavos en la mesa del amo y se levantaban las prohibiciones de los juegos de azar y la lotería. ¿Les suena?

Pero lo más romano que nos queda en las Saturnales es precisamente la política. Aquellos antepasados no concebían que uno pudiera ser buen ciudadano sin participar en la vida pública, ser creyente en los dioses (en todos los dioses, incluido Saturno) y honrarlos en sus fiestas de la forma oportuna, bien con solemnes sacrificios de aves si era eso lo que tocaba, con banquetes en otras numerosas celebraciones o como en febrero, con las Luparcales. En estas otras fiestas un grupo de insignes ciudadanos corrían ‘en bolas’ por El Palatino azotando a las mujeres en edad de merecer, que era un gran honor, una fiesta, un acto religioso... y política. De hecho, así correteó Marco Antonio (sí, el de Cleopatra, el de las películas) para escenificar frente a Julio César toda una declaración ideológica en defensa de la República. Hoy ni lo podemos concebir. ¿Se imaginan a Pedro Sánchez y a Núñez Feijóo en febrero, tras recibir la bendición de los sacerdotes, corriendo como locos con taparrabos por las inmediaciones del Congreso de los Diputados con pequeños látigos de cuero para azotar a las jóvenes? Pues aquello era algo muy serio en Roma.

Porque, y volviendo a la actuales navidades, el caso es que de los romanos lo que más nos queda de su antigua celebración de las Saturnales quizá sea la política. Partidos aparte e independientemente se encuentren en estos días Sánchez y Feijóo. Por cierto, feliz Navidad.

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