Opinión | COLABORACIÓN

Aprovechemos la fiesta

En su libro ‘El país era una fiesta’( Taugenit Editorial) el filósofo español Pedro Pablo Iglesias, lo primero que propone es una vuelta a este concepto de fiesta destacando su relevancia en el mundo actual. Es decir, de la solidaridad absoluta a la absoluta autocomplacencia. Y debo aclarar que este no es un libro contra la fiesta; es un libro que pretende ampliar un concepto de fiesta sesgado, cortoplacista, disminuido y, sobre todo, falso. Y, por supuesto, refutar la idea de que no puede haber fiesta sin exaltación de las peores emociones, el narcisismo o el ruido vanidoso e insolidario propio de un modelo consumista. Urge recuperar un concepto de fiesta más ajustado al significado variado del término. Y en ese aspecto, el fenómeno de la fiesta es muy relevante porque forma parte de nuestra actividad y de nuestro ser cultural. Por eso hay que sacar la fiesta de su deriva infantilizadora, consumista y alienante, que es, en última instancia, repensar nuestro modo de convivencia, nuestro estilo de vida: hacer de la vida una fiesta. Tenemos que ser nosotros los que vayamos a por la fiesta y no dejar que la fiesta venga a por nosotros. Un concepto de fiesta que hemos heredado y que en gran medida responde a una necesidad de rentabilizar nuestro malestar.

¿Por qué triunfa hoy la fiesta desenfrenada? Ese trabajador quemado se diluye en un modelo de fiesta compulsivo, que también quema. Si tratamos la fiesta como un acto de construcción colectiva y de solidaridad, como un acontecimiento que en vez de arrojar acoge, que disfruta de la relación coherente entre las diferentes dimensiones de la alegría y la consciencia de estar en ellas, entonces el espacio de la privacidad estruendosa se ensancha y nos concede la posibilidad de obtener nuevos registros en el arte de gozar y de seducir. Y también la exhibición por la intimidad, el ruido por la conversación y la exageración por la calma y la paciencia, son otra fiesta en forma de serena rebeldía que nos puede conformar como individuos menos agresivos y doctrinarios, capaces de dejar a un lado nuestros dañinos dogmatismos. El libro nos propone ampliar el concepto de fiesta añadiendo algunas de sus formas que están a nuestro alcance: mirar, la fiesta de la contemplación; sentir, la fiesta de la sensibilidad; amar, la fiesta de los otros; leer, la fiesta de la palabra; tener, la fiesta del silencio; ; escuchar, la fiesta sin esta fiesta; vivir, la fiesta de la existencia; seducir, la fiesta de la belleza; conocer, la fiesta de lo sublime; crear, la fiesta de la imaginación, etc. Al final, la enseñanza, que ya vivimos en la pandemia, es que necesitamos vivir de una forma más solidaria y menos volátil, en la que reconocer al otro y reconocernos en el otro sea la verdadera fiesta. La posibilidad de hacer una vida mejor, esa sí es una fiesta a la que debemos acudir sin demora. A pesar de todo, Feliz fiesta de Navidad.

** Licenciado en Teología

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