Opinión | mirar y ver

Mensaje a García

«...Y eso equivalía a diligencia, interés, entrega, agilidad mental, eficacia, en una palabra»

Mi padre, del que tanto aprendí, nos educaba en muchos y grandes valores, pero hoy, muy especialmente recuerdo el de la profesionalidad y eficacia. Para el caso, nos contaba una historieta, que muchos lectores conocerán, acerca de lo difícil que le resultó a un alto mando militar, en guerra, encontrar a la persona eficiente que, sin preguntar nada, se responsabilizara de llevar un transcendente mensaje a García, militar aliado en el campo enemigo. Con la moraleja de la anécdota, mi padre nos repetía: «Hay que saber llevar el mensaje a García». Y eso equivalía a diligencia, interés, entrega, agilidad mental, eficacia, en una palabra, para servir a los demás, en general, y para resolver situaciones conflictivas, en particular. Pero hoy día, todos esos valores brillan por su ausencia y lo que prevalece, para desgracia de todos, es la gente que ocupa un puesto de trabajo, pero, ¡ay!, no le compliques la vida: pida cita, resuélvalo telemáticamente, vaya a tal o cual departamento, etc, etc. Se escabullen como mejor pueden y, cuando insistimos, casi siempre, viene a ser algo así: «Vamos a ver, deme sus datos». Y blablá, blablá, datos y más datos que van tecleando en un perezoso ordenador. Tras una larga expectativa, en la pantalla aparece algo. ¡Al fin! - piensa uno-, pero rápidamente, la solución más fácil: «Tiene que ir al departamento tal o cual». Y, cuando, con la lengua fuera llegas a dicho departamento, alguien te vuelve a interpelar. Y de nuevo, ordenador y datos, pero esta vez la respuesta es una total impotencia y desesperación: «Lo siento; la persona que lleva esto no se encuentra aquí en estos momentos». Hace unos días, buscaba unos prosaicos zapatos de cordones. Entré en una zapatería. La señorita: «Lo siento; de eso no tenemos nada». Yo: «¿Y algunos que sean cerraditos?». La señorita impertérrita: «Lo siento, de verdad, pero no ha entrado nada de eso». Al salir veo en el escaparate un par de zapatos de las características que busco. Entro de nuevo: «Señorita, en el escaparate hay unos zapatos de cordones». «Lo siento, pero son restos; tallas chicas». «¿Y quién le ha dicho a usted que yo quiera una talla grande? ¡Si ni me ha preguntado!». Al fin, me traje los zapatos, pero desde luego la susodicha empleada no llevaba el mensaje ni a García ni a su mismísima madre. ¡Viva el progreso! 

*Maestra y escritora

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