Opinión | PUNTO Y COMA

Cuestión de huevos

Creo que las personas pueden ser clasificadas en función de muchas y muy diversas variables, aunque es importante aclarar que etiquetar a quienes nos rodean no deja de ser un ejercicio altamente subjetivo o, por lo menos, relativo. Porque uno será más o menos alto que su primo, más o menos feo que otro a quien miren otros ojos, más o menos aventurero que aquel compañero de trabajo que se marchó al extranjero con toda su familia, igual o menos mentiroso que P. S. --más es complicado--, más o menos malo que aquel individuo que hizo tanto daño a otro --a todo hay quien gane--, más o menos insoportable que ese cuñado de libro, o, con certeza, menos valiente y corajudo que ese alumno que, a pesar de padecer una alta discapacidad motora, sube todos los días, y varias veces, cada uno de los peldaños de las escaleras del instituto. Si bien todo ello será o no será en función del prisma de quien lo valore y con base a las características, asimismo valoradas de forma subjetiva, de todos aquellos que sean objeto de comparación, el caso de Curro no deja margen para la réplica.

Él sube a pie día tras día las dos plantas que separan la entrada al edificio del aula en la que cursa 2º de Bachillerato de Humanidades. Lo hace con cara de alegría y con una velocidad que desconocen quienes, sin sufrir el mismo impedimento físico, avanzan a duras penas por los pasillos arrastrando los pies y sin disimular el gesto facial de pereza o, incluso, indiferencia, con el que afrontan la oportunidad de asistir a clase una nueva jornada. Esa oportunidad que nunca ha desaprovechado Curro, porque posee una fuerza de voluntad que no se alcanzaría ni mezclando la de todos los demás en un laboratorio de ingeniería social. El sistema pone a su disposición a una profesora que cubre un puesto específico para ayudar a alumnos con este tipo de discapacidades físicas. Ella asiste a la mayor parte de las clases y le ayuda a coger apuntes, pues el joven tiene algunas dificultades para escribir. Se sirve de un ordenador para hacer los exámenes y, aunque podría recibir mucha más ayuda, no la necesita.

Si algunos están al acecho de que se abra la puerta del ascensor, para ahorrarse el gran esfuerzo que, a sus años, supone subir unas escaleras, él no utiliza la llave que está en su poder y que abre el medio de transporte tan deseado por la mayoría. Si otros tratan de engañar al profesor de Educación Física, adjudicándose un número de vueltas a la pista que ni de lejos han alcanzado, el espíritu de Curro le hace ser un hacha en deportes y, pese a su aparente dificultad, intenta correr como los galgos. Y, cuando lo miro durante unos minutos y llego a la esencia, en efecto, me parece un galgo inalcanzable. Porque pienso que habría que vernos a muchos, si, de pronto, nos encontrásemos con su máquina pero con nuestro combustible. Si quienes aspiran a ser delegados del grupo deben dar un discurso ante los compañeros, para exponer por qué querrían asumir ese cargo y por qué serían buenos en caso de desempeñarlo, él también coge el micrófono e intenta explicar sus ideas, aunque le sería mucho más cómodo repartir un escrito entre sus condiscípulos.

Y muchísimos ejemplos más en los que no es necesario insistir, o sí. Hace falta una familia que apoye; es necesario un sistema que respalde y que quienes forman parte de este se comprometan; es imprescindible que los que caminen a su lado también agradezcan la suerte de poder ayudar y ser ayudados. Afortunadamente, todo ello lo tiene Curro. Todo ello y una cesta invisible, pero llena de demasiados huevos: los que a él le sobran y a otros, evidentemente, les faltan.

** Lingüista

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