Opinión | EDITORIAL

Hamás opta por la guerra

El ataque sin precedentes desencadenado por Hamás contra Israel y la operación de castigo lanzada por Israel contra la franja de Gaza abren la peor crisis desde el final de la segunda Intifada (2005) en el inacabable conflicto palestino-israelí. Nunca antes la lluvia de cohetes disparados contra suelo israelí tuvo la intensidad de la de ayer; jamás pudieron los milicianos de Hamás penetrar de forma tan decisiva en territorio israelí, ocupar varios enclaves próximos a la frontera de Gaza y tomar rehenes, entre ellos militares de alta graduación; resulta asimismo insólito el número de bajas contabilizadas por Israel en las primeras horas de esa guerra que amenaza con abrir una crisis de grandes dimensiones en Oriente Próximo.

El apoyo de Occidente a Israel y los llamamientos a la contención, una reacción llena de cautela que evita condenar a Hamás, hechos desde Rusia y el mundo árabe presagian que esa guerra, medio siglo después del inicio de la del Yom Kippur, resucitará nuevos motivos de fractura o tensión entre bloques. Lo único que se comparte a un lado y otro de la divisoria es la miopía o desinterés frente a la degradación de un conflicto exacerbado por el degoteo de muertos en Cisjordania en lo que va de año, el aumento exponencial de los asentamientos, el comportamiento por lo menos hostil de los colonos más radicales -alentado por la extrema derecha que ha colonizado el Gobierno de Binyamín Netanyahu- y lo que el orbe musulmán denomina desacralización de la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén. Ninguno de esos factores justifica o legitima el bombardeo y la siembra de muertes activada por Hamás, pero sí actúa de coartada injustificable para el crecimiento de los partidarios de la acción directa en el campo palestino.

Lo explica también la disposición de Irán de calentar el conflicto, mediante su ayuda a Hamás y su patrocinio permanente de Hizbulá en el Líbano, con una milicia que ya ha sido requerida por el Gobierno de Gaza para que desencadene un ataque en la frontera norte de Israel. Con el consiguiente riesgo añadido de que la batalla en curso abra un paréntesis en la reciente reanudación de relaciones entre Teherán y Riad, negociada por China, un factor de estabilización y seguridad en Oriente Próximo y en los mercados energéticos.

Nada de todo eso importa a Hamás, cuya supervivencia depende en gran medida de ondear la bandera del radicalismo para contrarrestar el de la Yihad Islámica, la otra milicia arraigada en Gaza. En este sentido, resulta especialmente llamativo el comportamiento del Gobierno israelí, incluso después de acordar en mayo una tregua con Hamás, porque la impresión de que da por amortizado el conflicto con los palestinos y la posibilidad de hacer realidad la solución de los dos estados suministra material suficiente para encrespar los ánimos en una parte importante de la comunidad palestina y para erosionar aún más la imagen de incompetencia, venalidad y decadencia de la Autoridad Palestina. Sin que, por lo demás, nadie en la dirección de Hamás considere siquiera por un instante que al optar por la violencia condena a la población de la Franja a pagar en vidas y destrucción el costoso precio de una guerra que empeorará su existencia como con anterioridad ha sucedido tantas veces. 

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