Opinión | tribuna abierta

«...Y algunos besos»

Valoren sus besos como lo que son, un regalo que no hay que desperdiciar con cualquiera

Alguien cantaba que ‘a dónde irán los besos que guardamos, que no damos’, y yo siempre pensé que se quedan esperando, a la puerta de los labios, a una nueva oportunidad de hacerse reales. Y también se cantaba ‘Bésame mucho’, como un ruego o una petición, con el deseo de no perder a esa persona para siempre. En estos días hablar de besos es casi una osadía, porque ya sabemos que los hay tan peligrosos como el de Judas, que no te cuestan una crucifixión literal, pero sí el trabajo y la reputación. Lo de los besos robados (aunque pidas permiso previamente) se ha puesto tan feo como atracar un banco, pero me gustaría, de todos modos, en este domingo otoñal, reivindicar la maravilla que es besar y lo que implica.

Y es que los latinos somos muy pasionales y expresivos y estamos más que acostumbrados a convivir con esta efusividad besuqueadora: desde el beso a unos hijos, el beso entre amistades, los dos besos sociales, los besos de amor...

También depende de cada hogar: en mi casa siempre se ha dado un beso al llegar y otro al despedirse, del mismo modo que siendo pequeños antes de ir a dormir dábamos un beso a todos los familiares (y les aseguro que nos juntábamos una buena cantidad). Son gestos que se hacen costumbre y se quedan a vivir contigo.

No creo que todo el mundo recuerde exactamente el primer beso (de los de amor, o de los que creíamos de amor, de ligue o como prefieran llamarlo), pero sin duda todos recordamos alguno concreto, uno que nos ha puesto el mundo patas arriba y se ha quedado prendido en nuestra memoria. También es muy posible que haya alguno que hubiéramos querido dar y no nos atrevimos; ahí se quedó, como un cohete sin explotar o una flor que se marchita sin que nadie llegase a verla.

Tengo una amiga que dice que se ha pasado la vida cerrando los ojos al besar a sus parejas, como si necesitase concentrarse en sentir. Hace un tiempo está enamorada y me cuenta que ha decidido no volver a cerrar los ojos, porque no quiere perderse ni un segundo de la felicidad que disfruta ahora. Me junto con intensas, ya lo saben.

Una de las pocas cosas positivas (si es que hubo alguna más) de la pandemia es que esos dos besos que antes había que dar cada vez que te presentaban a alguien o llegabas a un sitio, se han sustituido por dar la mano o agachar ligeramente la cabeza; reconozco que eso de tener que besar a cualquiera sin más, sólo por el hecho de coincidir en un lugar es algo a lo que nunca le he visto la gracia. Porque ese rozar de mejillas, ese ¡muac, muac! al aire son, muy a menudo, incómodos y artificiosos, y una pesadez en eventos multitudinarios. Y además es banalizar una señal de afecto, como si hubiera que abrazar a toda persona que te presenten. Ni hablar.

Valoren sus besos como lo que son, un regalo que no hay que desperdiciar con cualquiera, aún a riesgo de parecer estirados o secos. Y si quieren asegurarse de que no los van a recibir, tosan un poco antes de ser presentados: es un método infalible para asustar al contrincante.

* Periodista

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