Opinión | Con permiso de mi padre

No den la chapa

Hay placeres, gustos, vicios... y actividades que son una suma de todo ello. Como el comer, la música, viajar, leer (hablo aquí de los confesables en horario infantil). Pero todo ello es algo absolutamente personal y, como tal, resulta imposible poner de acuerdo a todo el mundo en lo que debe apreciar, por más que las modas se empeñen en llevarnos de un lado a otro, como pollos sin cabeza, consumiendo uno u otro producto o servicio. Y, sobre todo, por más que nos empujen a presumir de todo lo que comemos, viajamos, escuchamos o leemos.

Son muy habituales en las redes sociales los personajes (lo de influencers me suena horrible) que van tachando sus logros como quien cumple un plan o un propósito, como quien necesita una meta para ser proclamado vencedor. Que no digo que sea malo contar de cada uno lo que cada uno quiera, pero mucho mejor si es desde la intención de informar o aconsejar que desde las ganas de presumir o de pontificar. Por eso me gustan las personas que exponen con pasión que han visto esa película o han probado tal vino, y cuánto les ha gustado y por qué, sin más motivación que haberlo disfrutado y por si alguien más encuentra la misma satisfacción en las mismas fuentes, sin dar lecciones de nada, sin creerse más que nadie, simplemente por compartirlo.

En estos días se ha publicado una novela inédita de Gabriel García Márquez, titulada En agosto nos vemos, y tengo que reconocer que estoy deseando comprarla y disfrutarla, que eso es para mí la lectura, un disfrute. Mi amiga Isabel opina que García Márquez es un petardo, que todas sus obras son iguales y que no le ve la gracia al realismo mágico, que no pasó de tres capítulos de Cien años porque equivocaba quién era quién a cada paso, y que así no hay manera, y que en realidad prefiere leer el Hola, que tiene más glamour y está mejor escrito.

Ella, sin embargo, escucha Zarzuela a diario y es capaz de reconocer las voces de cada mezzosoprano casi desde que dan la primera nota, aunque yo a los diez minutos (realmente no llego a los seis) de escucharlas lo que quiero es que se callen cuanto antes.

Todo eso mientras mi amiga Silvia compra unas harinas que le traen de no sé dónde para hacer especialidades japonesas que tarda horas en preparar y fotografiar, y segundos en consumir.

Supongo que la gracia de todo esto, como en la vida, es encontrar lo que te gusta, aprender sobre ello e incluso apasionarte, pero sin dar lecciones pelmas a nadie y sin sentirte superior. A no ser que tengan alguna amiga la que le pirre el... (rellenen aquí la línea de puntos con lo que gusten, yo pondría el reguetón), en cuyo caso les permito sentirse superiores a ella, e incluso les animo a tratar de rescatarla de ese pozo. Porque la amistad también tiene esas obligaciones.

*Periodista

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