Opinión | FORO ROMANO

‘Missing’ (’Desaparecido’)

Acababa de llegar, como estudiante sin recursos, de Alemania, de aquel Frankfurt que nos abrió las puertas de Europa hace más de cincuenta años para poder comer y estudiar. Afortunadamente sin tener que cruzar mares y océanos en barcas --para algunos sus ataúdes--, sino a través de trenes, autobuses y aviones, otra clase de emigrantes. Estaba a las puertas de la casa de mi amiga Purita, en la calle con tres nombres –Oscura, Clara y Manuel Gómez Caballero—de Villaralto, y no sé cómo, si por el transistor, la tele o por el comentario de algún vecino, me enteré de que en Chile habían dado un golpe de Estado, que el presidente, Salvador Allende, se había suicidado y que tomaba el poder el general Augusto Pinochet. Era la mañana del 11 de septiembre de 1973. Y me acordé, a pesar de la nula democracia que teníamos en España, de aquellas pancartas de la primera manifestación --no hablo de procesiones, ni de rogativas--que ví en mi vida, precisamente en esa ciudad alemana, en las que se podía leer «Unidos en la lucha contra el fascismo» y «La juventud española contra el fascismo». Pero mi temor al golpe de Estado de Chile además de echarme a temblar por sus posibles consecuencias comenzó a reconstruir momentos en los que los encontronazos entre distintas ideologías podían acabar con tu estilo de pensamiento y de vida. Y se me vino a la mente la tarde en aquel teatro al que acudimos porque sentimos que era necesario apuntarse a la libertad. De pronto, en aquel Frankfurt que para nosotros era el mundo más nuevo y libre del universo, dieron paso a los policías para romper aquellos pensamientos tan justos y libres y dar caza a aquellos jóvenes que empezaban a exhibir una radicalidad con la que ellos mismos se sentían extraños y que les obligó a correr-escapar desde las butacas del teatro hasta la residencia Kolpìngahus, donde vivían. Una carrera por la noche de Frankfurt, una ciudad del capitalismo institucional, donde se construiría en 2014 el Banco Central Europeo, y donde en los grandes almacenes Gruttert, en aquellos primeros años de 1970, me llevé sin pagar unos pantalones vaqueros: todavía no había televisión acusadora instalada en sus probadores. Aquella especie de maratón obligado en el atardecer de una ciudad desconocida porque te perseguían los policías con los cielos oscuros me supuso un cursillo vital en el que sin nada de teoría y sí mucha práctica intuí que la vida era una mezcla de sensaciones de placer y contrastes tan duros como una persecución policial.

Frankfurt fue la constatación real de que el mundo se parece mucho a un golpe de Estado en el que unos defienden la libertad y otros persiguen a sus semejantes. Y a veces los matan, como le ocurrió al protagonista de Missing (Desaparecido), la película de Costa-Gavras. Es más o menos la sensación que está apareciendo en la política. Un espacio donde los desheredados de toda fortuna le prestan lo único que tienen a los poderosos: hincarse de rodillas ante ellos. Como se supone que ocurre, aunque de otra manera, en Marruecos, donde el mundo se ha roto en unos espacios muy parecidos a Los Pedroches, donde las noches huelen lo mismo, las estrellas brillan con el lujo de los cielos y el agua es un bien tan escaso que ya también es apreciada cuando se convierte en barro. Como esos memes de cierta gente en los que especifican, para no ayudar al pueblo marroquí, que la revista Forbes le da al rey de Marruecos una fortuna de 55,7 billones de dólares. Si para hacer una obra buena tuviéramos que tener en cuenta la fortuna de Juan Carlos I, la de algunos obispos y canónigos y la de esa gente que está todo el día «salvando la patria» para mantener llenos sus bolsillos apañados estaríamos. Menos mal que la belleza de Oriente, esa que baja destrozada estos días desde la cordillera del Atlas hasta Marrakech, Fez y Mequinez, es la constatación física de que por esos mundos, que a veces consideramos sólo terreno de emigrantes y posesiones de reyes tan desprovistos de corazón como los de Marruecos, anda la divinidad y el esplendor del universo, de Oriente y Occidente. Lo comprobé hace muchos años, en el calor del verano de 1984, cuando bajé de las alturas del Atlas, donde habitaban los bereberes de Marruecos y Argelia, y desde donde es posible ver las tierras de Libia –rotas0 también estos días--, donde se sitúa la película Un taxi para Tobruk, y vi la indescriptible belleza de Fez (hermanada con Córdoba), una ciudad de Las Mil y Una Noches. Ahí entendí la diferencia de criterios, de estilos de vida y de hermosura entre Oriente y Occidente. Aunque todos los seres del universo dependamos del agua y de que no nos den por desaparecidos por nuestra forma de pensar.

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