Opinión | colaboración

Daño reputacional

El «caso Rubiales» no empezó el domingo y parece que va a acabar hoy viernes, al menos no se espera, de la manera que se está exigiendo política, mediática y socialmente: la dimisión/cese del presidente de la Federación Española de Fútbol. Todo el mundo sabe que no empezó el domingo porque su figura atesora una extraordinaria serie de irregularidades, presuntas o no, ampliamente difundidas con anterioridad que, ya de por sí, hubieran abocado a su dimisión irrevocable. Su actitud en el palco y el episodio posterior del beso no son sino un capítulo más, con la diferencia de que ha quedado a la vista literal de todo el mundo, reflejando una personalidad absolutamente impropia para desempeñar el cargo que ostenta.

Dicho lo cual, creo que la cuestión va mucho más allá de un lamentable gesto tabernario y machista que suscita el rechazo generalizado y, por lo tanto, la necesidad de la dimisión/cese del protagonista ante el daño reputacional propio y de la institución que representa. La cuestión tiene que ver con la falta de ejemplaridad en la vida pública a la que nos hemos acostumbrado y que no se queda en el ámbito de la política sino en todo lo que tiene que ver con la presencia pública de una persona, institución u organización. Vivimos una época en la que todo vale, todo se justifica y todo tiene un ‘referente’ para evitar la asunción de responsabilidades. Hemos normalizado la comprensión de la estulticia como un error comprensible; de la mentira como un razonable cambio de opinión y de la falta de respeto como manifestación última de libertad ‘democrática’. La ejemplaridad se considera viejuna e ingenua gracias a que el cinismo se ha hecho virtud a lomos del descaro más impune.

El daño reputacional nunca se resuelve con palabras sino con hechos y, en muchas ocasiones, el único hecho válido para curarlo es la asunción de responsabilidades y consecuencias. Ocurre, sin embargo, que los incentivos económicos y/o de ‘supervivencia personal’ son tan fuertes que la resistencia acaba convertida en un valor en sí misma, desvirtuando el significado moral de la palabra.

Sea como fuere y ‘sin moralinas’, la dimisión/cese de Luis Rubiales, lo primero sería lo mejor para él y para la institución que representa, es ante todo una cuestión de ética, no de estética, que también, y sería percibida como su disculpa más sincera. Sin más explicaciones. La ejemplaridad reputacional está en eso, en el acto y no en la palabra. Es puro respeto ajeno y, por supuesto, propio.

* Periodista

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