Opinión | el alegato

Campeonas

Vaya por delante mi enhorabuena a las campeonas del mundo de fútbol femenino, en especial a las cuatro andaluzas del equipo, las sevillanas Olga Carmona e Irene Guerrero; la cordobesa Rocío Gálvez y la granadina Esther González. Felicidades igualmente a la marchadora María Pérez, segundo oro español en el Mundial de Budapest y también de Granada.

Siento enormemente que para Olga Carmona ese día haya coincidido con el que ha tenido que despedir a su padre.

Me preocupa que el entrenador Vilda haya estado desacertado al decir que éramos «campeones», cuando las «campeonas» eran ellas a todas luces. Me resulta deleznable que, aprovechando la euforia del momento, el presidente de la Federación española de fútbol agarrase la cara de la jugadora Jenni Hermoso y le «obligase» a dejarse besar en los labios.

Y no es que darse un pico sea ningún escándalo público --recordemos el beso en la boca entre Iglesias e Errejón--, pero anticipando acontecimientos y uso que de la victoria de nuestras jugadoras harían determinados grupos de sesgo ultra feminista, lo que era perfectamente deducible, el Sr. Rubiales podía haberse «cortado» un poquito a la hora de manifestar su alegría.

La impresión que ha dado, o a mí me lo ha parecido, es que ante el evidente empoderamiento femenino en un deporte que desde siempre ha sido feudo del hombre, ha sacado su más rancio machismo y ha querido demostrar al mundo que, pese a todo, él tiene licencia absoluta para babosear a una de las campeonas, sin su consentimiento, e incluso darle una cachetada en el culete --aunque le quedó el tiro alto por el larguero--.

No soy partidaria de que los triunfos conseguidos por ninguna mujer sean politizados. Es más, me asquea enormemente ver cómo por unos y otros se manosea y utiliza el esfuerzo de una mujer para hacerlo propio ideológicamente y, de paso, vivir del cuento con el trabajo ajeno.

Tanto respeto me merecen estas campeonas como sus madres y abuelas, que de seguro han vivido su victoria particular al verlas llegar a donde soñaron, pese a los esfuerzos y renuncias personales que a ellas ese sueño les supuso.

Igual respeto me causan todas las mujeres que han alcanzado sus metas: hablo de médicas, físicas, juezas... y un largo etcétera de merecedoras del reconocimiento público por su trabajo.

Este es el real empoderamiento. El que exhibe fuerza e inteligencia frente a la falocracia.

* Abogada especialista en Derecho del Trabajo y Seguridad Social

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS