Opinión | COSAS

Deshielos

En 2045 no habrá hielo en el polo norte durante el verano austral y se sumergirán playas y ciudades

El verano es época de aventuras porque el hombre también repartía entre las estaciones sus estados emocionales. No hibernamos como algunos plantígrados, pero asignábamos al buen tiempo las tareas expansivas, incluidas las que conllevan una mayor carga de curiosidad y arrojo; mientras que dedicábamos el invierno a la introspección y a fabricar supersticiones y leyendas en la larga espera en la oscuridad. Obviamente, la conceptuación del buen tiempo no tiene la rotundidad del pasado y en esta suerte de Antropoceno que estamos viviendo su misma fundamentación queda en entredicho.

Es el calor el que puede desmontar el mito de algunas aventuras. Dentro del corolario de las grandes expediciones, el paso del noroeste se convirtió en una de las grandes obsesiones, una vez que los navegantes portugueses y castellanos hicieron el trabajo más proceloso en los océanos. Pero, entre otros, quedaba por descubrir una vía entre el Atlántico y el Pacífico, a semejanza del dédalo de islas y frustraciones que finalmente llevaron a Magallanes a doblar el cabo de Hornos. Mas en el norte estaban las banquisas, el hielo perpetuo que despedazaba las crujías de los barcos y cuya mayor contribución al mito fue la expedición capitaneada por John Franklin, en plena arrogancia del imperio victoriano. Pasadas las evanescencias del romanticismo, el XIX no estaba para remilgos, aunque las aspiraciones del capitán Franklin acabaron en tragedia. El Erebus y el Terror, los dos barcos de aquella misión, fueron tragados por el hielo en alguno de aquellos meandros imposibles del Canadá. Sus 135 tripulantes desaparecieron. En 2015, treinta años después de la localización del Titanic, se encontraron restos de aquella quebrada osadía.

En 2045 se cumplirán doscientos años de aquella fatídica aventura. Se calcula que para entonces no solo estará consolidado el paso del noroeste. Es que no habrá hielo en el polo norte durante todo el verano austral; toda una bicoca para las rutas marítimas, así como la veda para la codicia de explotación de los recursos naturales escondida bajo un manto blanco. Los gigantescos incendios que se están produciendo en Canadá tenían que producirnos pavor, y su humo ya se ha avistado en las costas gallegas, un sucedáneo de las cenizas del volcán Tambora, que en 1815 dejaron a la humanidad sin verano y ayudaron a Mary Shelley a fabricar en la introspección a Frankenstein. Tan espeluznante como los cuarenta grados que se han conocido en Siberia y que la descongelación del permafrost se avisa como una inquietante serie de terror, una auténtica capa de Pandora de nuestro subsuelo.

Es ese mismo hielo derretido el que se tragará -se está tragando- playas y ciudades. En Nigeria, su pequeño sucedáneo de Brasilia se ha convertido en una Atlántida negra, sumergida por la voracidad del Atlántico. Y cuando Nauru, Tuvalu o la paradisiaca llamada de las Maldivas se conviertan en un mito submarino, los pueblos del mar irremisiblemente buscarán otras costas, realimentando el denostado mantra de la migración. Y a pesar de todo ese argumentario, unas siglas políticas sostienen en su programa político la derogación de la Ley del Cambio Climático. Jorge Drexler afina la denuncia bucólica, cantándole a los últimos glaciares. Hasta ahora, el deshielo era sinónimo de entendimiento, de forma de acercamiento entre posiciones antagónicas. Pero no se lo tomen al pie de la letra, al menos en cuanto a la propia evolución del planeta y a nuestra sempiterna vocación de calentarnos con soluciones hueras.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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