Opinión | A PIE DE TIERRA

Brujas y vampiros

En Britannia son frecuentes las trazas de enfermedades especialmente agresivas

Una cuestión que se revela cada vez más sugestiva desde el punto de vista del ritual o los ceremoniales que acompañaron a la muerte en el mundo romano son los enterramientos anómalos de ciertos individuos devueltos a la tierra en posiciones o tumbas heterodoxas, con rastros a veces de enfermedades raras o muertes violentas. El conocimiento de tales prácticas aumenta a diario en ‘Gallia, Helvetia, Britannia’, Italia e ‘Hispania’, y sus cronologías oscilan mayoritariamente entre el Alto y el Bajo Imperio. Destacan los enterramientos en decúbito prono, que no suelen diferenciarse del resto en cuanto al tipo de tumba elegido, el ajuar asociado, la edad o el género de los fallecidos.

En ‘Britannia’ son frecuentes las trazas de enfermedades especialmente agresivas y las decapitaciones de adultos realizadas ‘post mortem’, con las cabezas colocadas por lo general a los pies del cadáver a fin de fijarlos a la tumba. Algunos individuos portan ajuares importantes, lo que no parece casar muy bien con la idea de marginalidad, salvo que ésta derivara de la enfermedad, la profesión o las razones concretas de la muerte. Decapitaciones, amputaciones y cadáveres boca abajo se documentan también en Italia, país con mucho que decir al respecto los próximos años porque sólo ahora comienza a prestar atención a tales anomalías, y no faltan los casos de cuerpos atravesados por clavos en sus puntos vitales (cráneo, pulsos, ingles, etc.), garantizando de esta manera el óbito. Por fin, Valencia fue la primera ciudad hispana en la que se detectaron enterramientos anómalos --alguno, incluso, con grilletes en los pies--, pero luego vendrían urbes como Barcelona, Cádiz, ‘Baelo Claudia’ o la propia Córdoba, y ejemplos tan singulares y expresivos como el ‘puticulus’ (fosa común) hallado en ‘Augusta Emerita’.

A estas alturas no es posible hablar de prácticas casuales, dada la extraordinaria tipificación del ‘funus’ en Roma, a pesar de su rica casuística y su hetereogeneidad. Así parecen demostrarlo las fuentes escritas cuando hablan de rituales específicos para conjurar el peligro potencial de algunos tipos de muertos. Serían «marginados», a los que se daba sepultura en áreas diferenciadas --quizás de noche y casi a escondidas--, o conforme a ritos que los distinguían peyorativamente de sus coetáneos como criminales, ajusticiados --pasados a espada, decapitados, asfixiados o incluso ahorcados--, suicidas, discapacitados, enfermos contagiosos --de lepra, tuberculosis, demencia, rabia, porfiria--, enterradores, hechiceros, magos, actores..., o simplemente muertos prematuros, olvidados de los dioses y un peligro potencial --‘larvae, lemurae, umbrae’-- para sus congéneres; sobre todo, los más cercanos. De ahí que fuera necesario neutralizarlos mediante ritos específicos y mutilaciones, o fijándolos con clavos a la tumba.

Lo más curioso es que este tipo de actuaciones se han mantenido en algunos lugares hasta llegar prácticamente a nuestros días; y un caso singular lo conocimos hace sólo unos meses. Hablo de una tumba del siglo XVII encontrada durante el verano de 2022 en un cementerio de la localidad de Pién (Polonia) por el profesor Dariusz Poliński, de la Universidad Nicolás Copérnico. A la fallecida, que llevaba un gorro de seda, se le colocó una hoz sobre el cuello con el filo hacia la garganta, de forma que si por alguna razón hubiera levantado la cabeza la habría degollado. También llevaba un dedo del pie sujeto con un candado. No se especifica cómo murió, pero el mayor tamaño de sus dientes frontales, que adoptan una forma singular y apuntada, pudo llevar a que sus contemporáneos la consideraran una vampira, y una vez muerta trataran de protegerse de ella de esta forma. Sin embargo, no es el único caso. En Drawsko, al oeste de la misma Polonia, se encontraron en 2009 sesenta y seis enterramientos, de los cuales al menos media docena llevaban hoces sobre la garganta en la misma disposición que la infortunada de Pién; y uno de ellos, además, una gran piedra sobre la boca. Fueron interpretados también como vampiros, pero recientes estudios llevados a cabo por antropólogos estadounidenses han podido determinar que dichas personas murieron de cólera. En el siglo XVII la gente no identificaba aún esta enfermedad, que cursa con síntomas tan alarmantes como demoledores, y adoptaron tales medidas para defenderse, por si alguno de los fallecidos volvía a la vida. Inicialmente se pensó que se trataba de individuos foráneos, pero el análisis de los dientes ha demostrado que eran locales.

Bien abordado, pues, el registro arqueológico funerario permite intuir matices importantes en cuanto a la concepción del ritual, las creencias y la posición ante la muerte de quienes lo generaron, ofreciéndonos al tiempo claves alternativas de lectura. Estas expresiones --mejor conocidas conforme avanza la metodología y se incrementan las exigencias en los trabajos de campo y de laboratorio-- no siempre coinciden con la «ortodoxia» y el ceremonial al uso, abundando en la idea de la riqueza cultural que sostuvo el Imperio romano, la polisemia de su lenguaje simbólico y lo complejo de su escatología. De ahí la necesidad ineludible de incrementar el rigor en las intervenciones.

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