Opinión | A pie de tierra

Ignorancia vs fragilidad

Lo que importa es el ahora y triunfar con los contenidos que se suben a las redes sociales, al margen de que estén plagados de faltas de ortografía

En el tráiler de una película española reciente, un profesor pregunta a un alumno adolescente por la Generación del 27 y éste responde, extrañado, con otra demanda: ¿por qué le habla del 27 cuando todavía están en el 23? La ignorancia es así de atrevida... Se trata de ficción, pero podría haber ocurrido en cualquier aula de este país, incluida alguna universitaria. Entronca esta cuestión con la pérdida de calidad de la enseñanza en España, donde el tiempo ya no sólo es líquido, como les gusta decir a algunos rapsodas de la cosa diaria, sino que materialmente no existe. Lo que importa es el ahora y triunfar con los contenidos que se suben a las redes sociales, al margen de que estén plagados de faltas de ortografía o alcancen el mismo nivel intelectual o de abstracción de un mosquito. Mejor vérselas con una sociedad analfabeta que crítica; mentalmente sometida que independiente y capaz.

Los años pasan muy deprisa, y los jóvenes que llegan ahora a la adolescencia son, genéricamente hablando, una simple derivada de sistemas educativos basados en un igualitarismo antinatural que enrasa por abajo penalizando la capacidad, el esfuerzo y el mérito; en un buenismo absurdo y sin medida que ofende a la inteligencia; en un sectarismo ideológico con aroma a cloaca; en el todo vale con tal de no ‘traumatizar’ a nadie; tanto, que mejor no evaluar, hacerlo subjetivamente por competencias para poder maniobrar a gusto, o pasar de curso al alumno sin necesidad de que supere la materia, pues total, ¿qué más da...? Muchos de nuestros políticos de última generación se han formado en claves educativas similares, y así nos va con las labores de gestión y legislativas de muchos de ellos. Todo esto nos ha traído hasta la realidad actual, sumida en un proceso de descomposición moral insoportable que tapa escándalo con escándalo, transgrede cada día nuevos límites y amenaza con hundirnos en un pozo sin fondo del que será difícil salir a corto plazo. ¿Hasta dónde llegaremos? Resulta difícil predecirlo.

La sociedad española está normalizando a una velocidad inaudita actitudes y comportamientos injustificables; y, cuando se relajan los valores, se desdibujan las fronteras morales o desaparece la ética, se llega de forma irremediable al caos, por más organizado que pueda parecer. Por eso, frente a las personas con madurez y criterio llama la atención la figura de ese votante joven que acude a las urnas al dictado de Instagram o Tik Tok; que basa su vida en las directrices de ‘influencers’ o ‘youtubers’; que no es capaz de hilar un pensamiento complejo más allá de los espacios de un tuit; que viste, calza y se tatúa en función de lo que ve en plataformas digitales o programas de televisión; que no ha leído un libro en su vida o si lo ha leído -cosa improbable- no lo ha entendido; que se mueve entre el consumismo salvaje y una falta absoluta de estímulos; que ha crecido entre algodones y carece por completo de recursos para enfrentar una negativa, un momento de dificultad o cualquiera de los muchos reveses que da la vida.

Son, sin duda, individuos manipulables, que destacan al tiempo por su estremecedora fragilidad emocional. Quizás por eso les cuesta tanto superar los tropezones, y quién sabe si en más de un caso son tales carencias las que acaban llevándolos a tomar medidas drásticas, entendidas como la manera más eficiente (también, irreversible) de aullar en silencio su soledad interior y su rabia. Acudan a las últimas estadísticas publicadas por el Observatorio del Suicidio en España y entenderán, tal vez, de lo que hablo.

*Catedrático de Arqueología

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