Opinión | LA RAZÓN MANDA

La causa de escribir

Los entrevistadores lo suelen preguntar y las respuestas son tan variadas como los interpelados

Por qué escriben literatura quienes lo hacen. A veces, los entrevistadores de gente de pluma lo suelen preguntar y las respuestas son tan variadas como los interpelados.

En general, los escritores profesionales lo hacen -aseguran- porque se trata de su trabajo indispensable para conseguir recursos monetarios. Pero, en las entrevistas, con frecuencia, se van por los más líricos y trascendentes cerros de Úbeda. Sostienen que escriben para dejar huellas culturales, para catequizar a incrédulos, para cumplir un destino, para mejorar al que no sabe...

Aunque escribir no es una obra de misericordia, algunos escritores tiñen su sinceridad con tonalidades tiernamente sentimentales. Así, el filósofo Michel Foucault aseguraba que escribimos para que el público nos quiera. En el otro polo, encontramos al homenot ampurdanés Josep Pla. Con su natural retranca, confesó que él llenaba páginas y páginas para atrapar definitivamente las realidades que tenía delante. Lo expresó de forma inimitable: «Desengáñese, amigo, la anécdota es la única rendija de la psicología real. Todo lo demás es cosa de laboratorio, de conejos y de ratas». Por eso, llamaba inmaduros a los que, cumplidos los cuarenta, seguían leyendo novelas.

Dicha manifestación del catalán es discutible, aunque naciera de la sinceridad. Ciertamente, en la novelística hay muchos despojos que no merecen la pena, pero también se han escrito novelas imperecederas que ayudan a comprender la condición humana. Desde ‘El Quijote’ hasta ‘La Peste’, pasando por ‘Guerra y Paz’, ‘Rojo y Negro’, ‘La montaña mágica’ y un etcétera generoso.

Nosotros, pertenecientes a la tribu de los lectores empedernidos, escribimos por neta afición y teniendo al adorable público en retaguardia, pues nuestra intención al emprender la escritura es sintetizar ideas etéreas, oscuras o desenfocadas y recoger memorias que, en otro caso, caerían en el olvido indeseable. En definitiva, una tarea primordialmente gozosa, pues nunca la emprenderíamos de costarnos esos sudores y angustias que, al concluir un libro, confiesan algunos escribidores, que se expresan como si hubiesen estado remando en galeras.

Ahora bien, lo que pluma en ristre -siempre escribimos a mano- constantemente tenemos presente es que, como enseñaron los grandes clásicos, el por qué último de escribir debe ser la búsqueda, a toda costa, de la sencillez pedagógica porque la verdad solo habita en lo sencillo -’simplex sigillum veri’-. Sencillez que no debe estar reñida con la más aguda reflexión y que se encuentra viva y coleando en ‘El Quijote’: «Llaneza, Sancho, que toda afectación es mala».

Pero lo que, amén de repudiarlo, nos mueve la sonrisa, es la deliberada falta de sencillez que, en línea con el Fray Gerundio del jesuita José Francisco de Isla, cultivan los catetos ilustrados para deslumbrar a los otros catetos del montón. Llevan a cabo una escritura caótica, saltarina, plena de vocablos rebuscados, arcaicos, fuera de circulación. Por tanto, reiteramos que la meta del escritor no debe apartarse del deseo constante, imperturbable, de conseguir la naturalidad y la franqueza. Sin ellas es muy difícil llegar a la verdad objetiva que, en bastantes circunstancias, resulta tan resbaladiza como un pez recién capturado.

* Escritor

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