Opinión | cielo abierto

El padre y el hijo

El abrazo de Manuel Díaz y Manuel Benítez ha tenido un foco de luz plena esta semana

El abrazo del padre con el hijo ha tenido un foco de luz plena, una revelación del escenario que había vivido antes su propia intensidad. Más allá de las imágenes que ya había compartido en redes Manuel Díaz ‘El Cordobés’, en esa cercanía se ha presentido la íntima verdad de unos hombres que comparten un pasado común, construido en la ausencia. Por supuesto que hay escenas definitivamente concluidas, álbumes de familia divergentes con historias que tuvieron final, como la propia infancia del niño radiante que ha crecido convirtiendo al torero en ídolo, al ídolo en padre y al padre no en una sombra, sino en una especie de sol vivo, al que ha querido acercarse, poco a poco, sin quemarse las alas. Hay aquí mucho, o se trasluce, de la personalidad desbordante de un muchacho ya hombre: es inevitable verlo aún como el muchacho que saltó a la palestra, no buscando la fama en hablar del padre, sino el cariño que anhelaba, queriendo hacer méritos para merecerlo. Manuel Díaz sencillamente cae bien -le cae bien hasta a su exmujer, y eso ya es nivel ‘premium’-, porque debe de ser muy buena gente. Uno ve a Manuel Díaz y piensa que sería un compañero fantástico para tomar unas cañas o para hablar, tranquilamente, junto a la chimenea, cuando el crudo invierno azota fuera con una ventisca de intemperie, sobre las inclemencias de la vida, los esfuerzos que hay que hacer para plantarle cara y también los afectos que no sólo no mueren, sino que se renuevan con la ausencia, siempre que se alimenten de buenos sentimientos. Manuel Díaz nos ganó, desde el principio, porque su historia se podría haber torcido hacia el rencor; pero él ha mantenido ese pulso del tiempo con generosidad, en el recuerdo de lo que no ha ocurrido, como un edificio de fe en el porvenir. Sin palabras duras y con una sonrisa, pero ganando en las plazas no sólo el derecho a ese sobrenombre y a su incardinación en una estirpe, sino un linaje propio.

Manuel Benítez ‘El Cordobés’ ha sido un superdotado del toreo y también es un maestro, como su compadre Julio Iglesias, en el espectáculo alzado de sí mismo. No hay impostura en él, sino la naturalidad de quien ha hecho la vida con un centenar de cámaras detrás. Lo ves ahí con esa sonrisa que es también espléndida, abrazando al hijo que no acaba de llegarle, pero sí que acaba de estrechar en público, rodeado de todos los medios no sólo cordobeses, sino nacionales, y te das cuenta de que siempre que pisa el ruedo de la vida no se sitúa, sino que está en el centro. Sin embargo, más allá del ‘show’ de flashes, viendo las imágenes te da la sensación de que había verdad en esa sucesión de abrazos, en ese movimiento de su mano revolviéndole el pelo al niño que ya fue. Uno imagina el mundo interior de un hombre que ha tenido que lidiar con sus propias circunstancias, que ha tenido también que sentir ese orgullo natural de ver al hijo desde la lejanía, sin parar de nombrarlo y de esgrimir ese amor de hijo contra el viento rasante del albero en la cara, que es una metáfora rasante de todo lo que algunos hijos, de lo que muchos padres, tienen que atravesar para encontrarse. Siempre me ha producido admiración, más allá del valor de su toreo, esa historia de amor silenciosa y constante del hijo en esa búsqueda del padre.

Me ha gustado ver ahí al presidente Juanma Moreno, dando marco oficial a lo que ya tenía broche en la intimidad de sus vidas. Pase lo que pase, contra el tiempo y el aire que cruzamos a tientas, todos somos Telémaco defendiendo la casa de su padre y saliendo en su busca, mientras Ulises pugna con los dioses para llegar a Ítaca. Siempre se habla de Penélope; pero aquí el gran encuentro es el del hijo y el padre, que se acechan y sueñan a través de océanos de tiempo, tentándose en la arena, en faenas limítrofes, destellos sobre espejos en la inmensidad, las cornadas del hambre y las reales, para luego fundirse en un abrazo que ha tenido antes una escritura propia en el recuerdo de lo que no ha ocurrido, pero alguna vez sucederá. Claro que no han estado juntos, pero sí han compartido una ausencia voraz en cuanto ambos supieron de la existencia del otro. Desde ahí cimentaron, desde ahí han ido lentamente estrechando unos lazos justo para llegar a este momentazo.

Que vivan y disfruten, que sean muy felices, que salgan en el ‘Hola’ con el mar al fondo, mientras ponen el contador de la memoria a punto. En ese abrazo están, también, todos los demás padres y los hijos que han hecho del tiempo y de la entrega su propia fe en la vida.

*Escritor 

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