Opinión | Cielo abierto

Adiós, Shane

Y volver a ver Shane, de George Stevens. La vida también puede dividirse en las películas a las que alguna vez regresarás, los libros que aún esperas releer y también los lugares, en realidad no muchos, a los que alguna vez querrías regresar. Eso es el cine: lugares que habitaste y una vez nombraron tu infancia y juventud, soledades inmensas y también estallidos de honda plenitud. Por eso mismo, en mitad de una actualidad política tan cansina como preocupante, veo de nuevo Shane, con la fotografía en color vivo que parece pintada en acuarela por unas manos mágicas de bellos dedos largos. En España se llamó Raíces profundas, con Alan Ladd haciendo de vaquero luminoso, con una honda conciencia de sí mismo, descubierto en los ojos del niño que lo observa, con una mezcla de curiosidad y asombro, tras haber espantado a un ciervo de su cerca. Juan Marsé me contó una vez que su literatura podía resumirse en ese instante: la mirada de sorpresa y ligero temor del niño, que ve de pronto llegar a un forastero que alterará todo el paisaje.

La familia del pequeño, Joey, está siendo hostigada por una partida de ganaderos. El padre de Joey, Van Heflin, quiere defender a su familia. Y es un hombre valiente, pero el enemigo resulta demasiado grande y los demás granjeros no consiguen unirse en torno a él: no reúnen la convicción, ni el carácter. No tienen el coraje que le sobra a Shane, un pistolero veloz con el revólver. Digamos que el padre, Joe Starrett/Van Heflin, posee lo que desea Shane: una familia, un hogar. Mientras que Shane/Alan Ladd representa aquello que le falta a los granjeros: la fuerza necesaria como para poder enfrentarse a los matones.

Para Juan Marsé y la épica del Guinardó en sus novelas, la llegada de Shane es pura dinamita, porque encarna su mundo narrativo, especialmente Un día volveré. Shane salva a los granjeros, pero no puede quedarse con la familia de Starrett, que lo acoge. Entre otras cosas, porque no es la suya: el niño Joey está empezando a quererlo mucho, y la madre, la guapa y cálida Marian Starrett/Jean Arthur, comienza a unirse demasiado a Shane, que al mismo tiempo siente una amistad sincera con el padre y esposo Van Heflin.

Shane se irá, de nuevo a la intemperie, con el olor de la leña en las ascuas cada vez más lejano, porque nos espera esa llanura de nuestros propios sueños, aunque queden atrás. La frase final, con el niño llamándolo cuando el jinete se pierde en las colinas del amanecer, ha pasado a la historia: «¡Shane! Shane! ¡Vuelve!». Pero el vaquero sigue su camino solo, después de haber tocado, unos pocos días, lo que no tendrá. Cuando te reconoces dentro de una historia, antes o después ya la has vivido.

*Escritor

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