Opinión | A PIE DE TIERRA

Bendita rutina

Se ha subvertido el orden social, y es difícil saber dónde estamos y, peor aún, adónde podríamos llegar

Un amigo que tiene una hija autista profunda, a la que la madre y él dedican su vida derrochando paciencia, amor con mayúsculas e incluso alegría a pesar de lo que llevan pasado y han debido aprender y asumir por el camino, me decía hace poco que la niña, ya casi adolescente, requiere de un nivel absoluto de rutina para no entrar en crisis; uno de los síntomas más frecuentemente asociados al trastorno del espectro autista: quienes lo padecen viven en un mundo paralelo en el que necesitan que todo esté siempre en su sitio. Solo así se sienten seguros. Tanto, que si por cualquier razón el padre cambia un día de itinerario con el coche, la niña se rebela y reclama. «Por eso adoro la rutina, que para nosotros es sinónimo de estabilidad, de calma y de orden».

En realidad, la rutina es importante para todos, en los más diversos órdenes de la vida. Se nos bombardea a diario con miles de mensajes en sentido contrario: hay que huir del tedio cotidiano porque menoscaba la creatividad, acaba alienando e impide disfrutar de los mil y un placeres que ofrece la existencia, claman los cantos de sirena; y algo de razón deben de tener. Sin embargo, hasta para conciliar el sueño recomiendan los especialistas aferrarse a los mismos gestos, a idénticos pasos, a la repetición de actitudes y acciones que nos conduzcan suavemente a los brazos de Morfeo; pero una cosa es vivir esclavos de la costumbre o el hábito, y otra hacerlo en continuo sobresalto.

Buena parte de la sociedad española, en particular quienes ya peinan alguna cana, se siente hoy perdida, nota que le falla la tierra bajo los pies cuando comprueba que los valores aprendidos un día de sus padres, cimiento, impulso y sostén durante su largo periplo vital, han pasado a ser una pesada rémora; que alguien ha puesto el mundo boca abajo y en consecuencia cuesta saber qué es bueno y qué malo, quiénes son los chorizos y quiénes las personas honradas, qué normas se han de seguir para ser probos ciudadanos, o si el simple hecho de ahorrar para garantizarse una vejez digna representa un ultraje al Estado porque nuestro dinero está mejor en las manos de este.

Obviamente, simplifico, pero coincidirán conmigo en que están sucediendo cosas que nunca creímos llegar a ver. Se ha subvertido el orden social, y es difícil saber dónde nos encontramos y, peor aún, adónde podríamos llegar. A las reformas legales al servicio de los delincuentes y la indefensión del Estado y el orden constitucional que supuestamente protege a todos -indultos a la carta y manoseo partidista del código penal incluidos-, hay que sumar, entre otros mil aspectos, la equiparación entre animales y seres humanos (¿o es al revés...?); la politización injustificable de la justicia; el deterioro imparable de la educación, confundida a menudo con adoctrinamiento; la conculcación del concepto tradicional de familia en perjuicio siempre de los hijos; la degradación ideológica del feminismo histórico, que sigue sin entender la violencia; la normalización de géneros y actitudes amatorias, que incorpora no obstante un componente coyuntural y de moda altamente aventurado; la promulgación de leyes que en lugar de corregir delitos contribuyen a que quienes los cometieron salgan de la cárcel; la posibilidad de que las niñas aborten (o que niñas y niños cambien de sexo) sin el consentimiento de sus padres, mientras se les exige aún para ir de excursión con el colegio; la inflación feroz que nos devora, muy por encima de lo que indican las cifras oficiales (cerca del 100% en el supermercado) y más artificial de lo que creemos; el destrozo de las instituciones, colonizadas por el virus del pensamiento único; los robos a mano armada de un sistema fiscal confiscatorio que no persigue mejorar nuestras vidas, sino la simple compra de votos; la normalización de los comedores sociales, mientras las administraciones despilfarran; los fariseísmos frente al cambio climático y la sequía, que muchos creen haber descubierto, cuando lleva aquí desde siempre...

Podría seguir con la relación casi hasta el infinito; pero lo peor de todo es que una parte importante de la sociedad española se ha dejado manipular, y hoy convive sin fricciones ni rebeldía con la aberración, la inmoralidad, el engaño, la soberbia, la infamia, el insulto, los linchamientos sociales y la ignominia, camuflados de cambio, redes sociales o consenso; algo que difícilmente tendrá buen final. Vivimos un proceso de profunda descomposición moral, con paralelos claros y contundentes en otras etapas de la historia, aunque también con diferencias, que parece conducirnos irremisiblemente hacia la deshumanización y la distopía. Tal vez como generación nos falte perspectiva para calibrarlo en su verdadero alcance, pero antes o después la podredumbre acaba creando pústulas y sale a la superficie o abofetea con su hedor. Espero que cuando eso ocurra queden reservas para sobreponerse a la catástrofe, y que quienes nos sucedan en el tiempo sepan crear una sociedad sin autoritarismos, polarización, dogmatismos, señalamientos, nepotismos, mentiras y sectarismos, tan presentes hoy en nuestras vidas.

* Catedrático de Arqueología de la UCO

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