Opinión | HOY

Patios de los Naranjos

Es media tarde en el patio de los Naranjos. Principia noviembre. Es una tarde con añoranza de abril. Los cipreses suben al cielo. Viene del Guadalquivir un silencio de vencejos y golondrinas. En cada tarde se duerme un viejo sol que no quiere apagarse. Un hombre, sentado en un poyete, mira a la lejanía de sus ojos. No sé si sueña, medita o trata de convivir con su melancolía. ¿Añora? ¿Desea? ¿Recuerda? Parece más joven que su pelo blanco. La torre lo coge desde la altura de sus campanas; lo lleva hacia el infinito de la Campiña. Una nube de carmín sonríe inocente. Es una tarde tibia, que quiere quedarse en el corazón. Bajo los naranjos, una pareja se besa. Los mira el hombre todo canas y vuelve sus ojos al cielo. Sueña. Se adormece. ¿De dónde ha venido? ¿A dónde se irá con la tarde? Murmura la fuente un verso sin fin. ¿De qué silencio entre piedras viene ese agua siempre virgen? El hombre, joven y viejo, recuesta su cabeza sobre el muro del edificio. Siente entrar en su tristeza mil siglos de almas. Cierra los ojos. No hay nadie; no viene nadie; nadie llama. Oye palabras, pasos, silencios, muchos silencios. El patio de los Naranjos y el mundo. El hombre se ha hecho de canas. ¿Cuántos pasos para gastar los guijarros del suelo? ¿Cuántas miradas, cuántas palabras, cuántas nostalgias son necesarias para cubrir de espíritu este lugar? Venían las mujeres a llenar de agua sus cántaros. ¿Cuánto pueblo es necesario para volver inmortal el recinto? De pronto, el hombre del pelo blanco abre los ojos, sobrecogido por la existencia, porque, de pronto, ha visto que el tiempo se lo lleva sin fin; de pronto, ha visto que no hay nadie, que todo el patio es un silencio de viajeros que pasan y se van, siempre se van. Nadie igual, nadie se repite. Cada alma con su mundo secreto, su manera de hablar, sus deseos sin hablar, sus sueños sin esperar. La tarde está cansada, pero no quiere irse, porque el hombre de pelo blanco le ha dicho que ya nunca regresará. Pasa el cielo. Hace rato que se borró la nube carmín. ¿Dejó de soñar sostenida por el azul? El hombre de canas se levanta, va hacia la fuente, bebe un sorbo; el agua no calma su sed. El hombre camina, se aleja, se esfuma. La tarde solo es un recuerdo perdido por las callejas en penumbra de la Judería.

 ** Escritor

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