Opinión | FORO ROMANO

Las monjas cantan vísperas en un patio

Convento de Santa Marta.

Convento de Santa Marta. / FRANCISCO GONZÁLEZ

Caminar por el casco histórico a la búsqueda de esas casas con patio que son la personalidad de Córdoba es un lujo que sólo le está permitido a una ciudad que luce cuatro patrimonios de la humanidad. Vayas por donde vayas. El sol –nombre antiguo de esta vía-- se significa pasadas las nueve de la noche en la calle Agustín Moreno, junto a la iglesia de Santiago, por donde la ciudad le daba la bienvenida a los ilustres viajeros hasta llegar a la Mezquita. Y por donde Pío Baroja tuvo que pasear y recrearse ante el palacio de los marqueses de Benamejí, ahora Escuela de Artes y Oficios, para describir el amor de su Quintín García Roelas en La feria de los discretos.

El cielo, los tejados y las fachadas de las casas están como encendidos, tocados de la luz de mayo, cuando Córdoba enseña sus patios. Lo mismo que si te adentras en la Plaza del Potro, donde el sol, el sonido de guitarras, la historia de festivales y, últimamente, el exceso de excrementos de palomas que manchan la arquitectura al aire libre, pintan este espacio con los pinceles de la diferencia. Como la estrechez, casi siempre sin sol, de Samuel de los Santos Gener, una calle que le presta sede a la sabiduría árabe, cerca de Cáritas de la parroquia del Sagrario --de la que es cura el deán de la Catedral, Manuel Pérez Moya--, con un patio donde se pueden ver ejemplares de bonsáis históricos. O Martínez Rücker, 1, frente a la puerta de Santa Catalina de la Mezquita, donde el sol de la tarde es como la apariencia de la sabiduría, que lo mismo está escondida en una esparraguera del patio que cuida entre otras mujeres Lourdes hija, cuya madre está en Villaralto, que en la cercana casa de un ministro, justo enfrente de la de Pura Rus, en su día candidata del CDS, partido del expresidente Adolfo Suárez, a las municipales. Te ronda tanta historia si vas de patios que es como si el mundo, ahora que se ha convertido en una globalidad metida en un móvil, quisiera que le dieras la oportunidad de vivir esos días que sólo son de Córdoba.

Como estos momentos de estar en Las Tendillas, antes una plaza que era parada central de autobuses urbanos, donde se venía de los pueblos a comer bocatas de calamares a La Malagueña y bajo la sombra de la encina de la esquina de la Telefónica quedaban estudiantes con estudiantas y reclutas del Muriano con niñeras de los pueblos. Espacio sagrado este donde Antonio Jaén Morente (hijo maldito y luego predilecto de Córdoba), gobernador, que fue diputado de 1931 a 1933 con Derecha Liberal Republicana y con Izquierda Republicana del 36 al 39, proclamó el 14 de abril de 1931 la II República y los cordobeses, para festejarlo, tararearon La Marsellesa y el Gran Capitán lució gorro frigio y ondeó la bandera tricolor. Y donde la XVII Bienal de Fotografía ha expuesto a todas las miradas esa nueva ciudad que se ha creado a la vista como el Hotel Oxidao (Eurostar Palace) y el C3A, las estaciones de trenes y autobuses, la Ciudad de la Justicia, el Vial Norte, el Centro de Recepción de Visitantes, el Puente de Andalucía o el Hospital Quirón. Abandonamos el mundanal ruido y caminamos hacia el recogimiento conventual de Santa Marta. Son las siete de la tarde y suenan con la cadencia de una salmodia las voces enclaustradas de las monjas cantando vísperas. Miras desde el patio y piensas que has retrocedido en el tiempo, cuando la belleza de la música y de la arquitectura sólo habitaba en los espacios religiosos y la sociedad se sustentaba sobre los siervos de la gleba, el fundamento de la economía medieval.

El tiempo de señores, guerreros y clero, cuando había que ser cura, militar o monja para vivir y no ser esclavos. Por aquí la historia se ha dejado ver. Estamos junto al antiguo circo romano, cerca del templo de la calle Claudio Marcelo y detrás del Fuenseca, un cine de verano que cuenta historias en su pantalla, como esta de las monjitas de un convento que en sus celdas, quizá sin saberlo, han escrito la historia de una Córdoba en la que cuidaban el agua y salían en el No-Do. Por donde transcurrió la historia del Corral de los Cárdenas y de la Casa del Agua, cuando sus patios llegaban hasta la muralla de la calle Alfaros, donde se levantó un hotel. El convento de las jerónimas nos invita a pensar… y la terraza del patio de Cristina Bendala, exconcejala de Anguita, a contemplar las torres de las iglesias.