Primer aniversario de la muerte del escritor

Fundación Antonio Gala: el refugio y la esperanza del poeta

En la calle Ambrosio de Morales, la sede de la Fundación Antonio Gala, ofrece testimonio de la vida y la obra del escritor a través de los becados que cada año pasan por ella y de la exposición permanente abierta al público, que resume su concepción del mundo y de la literatura

Olivo en el que descansan los restos de Antonio Gala.

Olivo en el que descansan los restos de Antonio Gala. / CÓRDOBA

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

Hace unos días que la última promoción de la Fundación Antonio Gala celebró su ceremonia de graduación y se despidió del que ha sido su hogar durante un curso. Con el rumor y las risas aún impresas en las paredes del comedor, del enorme salón, en el que a menudo se reúnen con artistas de todo el mundo, y en las habitaciones que recibirán el año próximo a los nuevos alumnos, la casa en la que el escritor pasó sus últimos años, el antiguo convento del Corpus Christi, se abre ahora solo a curiosos y paseantes. La visita a la zona abierta al público no es muy larga, pero ofrece una panorámica de contenido reconcentrado. El acceso es gratuito y el horario de lunes a viernes de 12.00 a 14.00 y de 18.00 a 20.00 horas. Sábados, de 12.00 a 14.00 horas.

Desde la capilla, se accede a la sala capitular, la planta sótano de la crujía de los claustros, una sala hipóstila con bóvedas de arista levantada sobre pilares cuadrangulares cajeados, iluminada por unas puertas acristaladas que dan con el jardín del noviciado en el que reposan las cenizas de Antonio Gala, desde el día de San Antonio de 2023. La primera parada permite al visitante conocer la historia de los bastones del poeta, ese instrumento que le acompañó tantos años y que, según relata, «no llevaba por estética sino por estática». En uno de los paneles, el autor se explica al respecto: «Yo no colecciono bastones, colecciono amigos que me regalan bastones», y añade: «Yo no me apoyo al andar en los bastones, me apoyo en los amigos».

Junto a la enorme colección, la exposición relata algunas de las historias de los bastones más emblemáticos, como el que recibió de la madre de Manolete, Angustias Sánchez, 35 años después de la muerte del torero, a quien se lo lanzaron en la plaza de toros de México en 1946, el mismo año en que lo mató Islero. También se habla del bastón que le regaló Ismael Merlo en el estreno de Petra Regalada, del que le entregó Rocío Jurado, dedicado por la cantante; de uno que perteneció a Benito Pérez Galdós y que le hizo llegar una anciana de Alicante y del obsequiado por Jaime de Mora y Aragón, de principios del siglo XIX. La sala está cuajada de fotografías, apuntes, recortes, obras y enseres, que invitan a profundizar en la figura del autor.

El primer flash conecta con su infancia. En pequeñito, una instantánea de la familia del poeta, el cuarto de una familia de cinco hijos nacidos del matrimonio entre Luis Gala y Adoración Velasco. Junto al retrato enorme del Antonio niño, la confesión de cómo descubrió la escritura tras un castigo de su padre en el que, movido por el aburrimiento, escribió la historia de un gato, su primera aproximación a la literatura. De la niñez, a la adolescencia apenas hay un paso y otra confesión, en la que asegura que, portardor perenne de libros, la lectura fue en esos años un consuelo para él. La isla del centro de la sala es una especie de isla de tesoros cubierta de textos ordenados por géneros que van de la poesía al artículo, el guión, la narrativa o la dramaturgia, pasando por sus escarceos con otras artes como El testamento andaluz creado junto a Manuel Rivera y Manolo Sanlúcar.

Parte de la colección de bastones de Antonio Gala.

Parte de la colección de bastones de Antonio Gala. / CÓRDOBA

Comprometido políticamente

La juventud de Antonio Gala (Brazatortas, 1930), marcada por su compromiso político y militante con la justicia, se resume en una escueta declaración de intenciones: «Estoy del lado de los que no se dejan engañar, de los que no venden su primogenitura por un plato de lentejas, de los que echan en cara a los instalados en su doblez de nadar y guardar la ropa. Estoy del lado de la comunidad de la esperanza». El poeta, pródigo en sus declaraciones no solo escritas sino orales, en eventos y programas como el de Jesús Quintero, se muestra en recortes de apoyo a la causa jornalera, entre otras, antes de desnudarse ante el visitante como un enamorado hasta el tuétano de Córdoba, donde vivió desde los dos años hasta 1947 cuando se traslada a Sevilla para estudiar Derecho. «Ser de Córdoba es una de las pocas cosas importantes que se puede ser en este mundo», afirma, antes de mostrar su firme adoración por Andalucía: «Siempre que voy a Andalucía voy con temblor... En ningún lugar del mundo fui tanto como en Andalucía».

En Córdoba pasó su infancia, a Córdoba regresó en 1963 para acompañar a su padre enfermo, al que cuidó hasta su muerte, y en Córdoba se refugió cuando se sintió enfermo hasta que se fue. El recorrido expositivo por la sala capitular, paralelo a su recorrido vital, culmina exhibiendo el fruto de sus años de actividad: una vitrina llena de premios y dos casas en las que perpetuar su memoria: la Fundación Gala, a la que ha dejado toda su herencia, y La Baltasara, la finca de Alhaurín de la Torre convertida tras su venta al Ayuntamiento en 2020 en casa museo del autor. «Sois mi esperanza más grande», asegura el escritor en referencia a la fundación. Una esperanza que él mismo sigue alimentando desde el otro lado para deleite de los becados.

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