Festival de San Sebastián

'No me llame Ternera' o el blanqueamiento que no fue

Urrutikoetxea repasa los 50 años que pasó en ETA -12 de ellos en la cárcel, y 20 en la clandestinidad- e intenta esquivar, no siempre con éxito, los cebos que Évole usa para exponer las contradicciones en su discurso

El exetarra Josu Urrutikoetxea, conocido como Josu Ternera, en octubre del 2020.

El exetarra Josu Urrutikoetxea, conocido como Josu Ternera, en octubre del 2020. / AFP

Nando Salvà

Josu Urrutikoetxea participó activamente en las negociaciones que con el tiempo resultaron en el abandono definitivo de las armas por parte de ETA. El exdirigente de la organización, conocido como Josu Ternera muy a su pesar, fue víctima de un atentado cometido por el Batallón Vasco Español que a punto estuvo de costar las vidas de sus hijos. Ternera asegura que únicamente ha disparado un arma en defensa propia, que jamás ha celebrado ninguno de los atentados de ETA ni se ha alegrado de la muerte de ninguna de sus víctimas, y que no solo considera que el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco fue un error sino que así se lo hizo saber en su día a la cúpula de la banda.

Toda esa información se recoge en el documental sobre su figura -esencialmente, una larga entrevista conducida por el periodista Jordi Évole- que ahora ve la luz en el Festival de San Sebastián envuelto de polémica; y posiblemente hará sentir cargados de razones a quienes desde hace días, sin haberlo visto, sostienen que ‘No me llame Ternera’ justifica y blanquea al exetarra y protestan duramente tanto por su presencia en el certamen como por su existencia misma porque, a su juicio, a alguien así no se le debería dar voz. No está claro que sentarse finalmente frente a su metraje les haga darse cuenta de que, en realidad, Évole en todo momento intenta poner a su entrevistado contra las cuerdas, y que el valor periodístico de la conversación es abundante y evidente. Está por ver de cuánto ruido se verá envuelta este sábado la presentación oficial del documental en el festival. Su proyección para la prensa ha dejado el patio de butacas en un silencio casi perfecto.  

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Urrutikoetxea pide perdón varias veces a lo largo de ‘No me llame Ternera’. “¿Siente remordimientos?”, se le pregunta. “Sí”, contesta. “Por no haber hecho mucho más de lo que hice para que la espiral de violencia por parte de ambos bandos se parara mucho antes de lo que lo hizo”. Quien mata, asegura en otro momento, “carga de por vida con la mochila que contiene las consecuencias de sus actos. Y pesa mucho”.

Sin embargo, cada disculpa va acompañada de un matiz atenuante. Siente que murieran niños tanto en el atentado de Hipercor en junio de 1987 como meses después en el de la casa cuartel de Zaragoza, por el que será juzgado en España en cuanto se apruebe su extradición desde Francia -actualmente permanece allí en libertad condicional-, pero la culpa la tuvieron quienes decidieron no evacuar esos edificios. Lamenta el asesinato de la exetarra arrepentida Yoyes en 1986 a manos de la banda, racionaliza la decisión de acabar con su vida. Afirma que “matar nunca está bien”, pero justo a continuación asegura que las muertes causadas por ETA -852- fueron necesarias para combatir la represión a la que el gobierno español sometía al País Vasco. Se hace difícil detectar verdadero arrepentimiento en sus palabras.

Una revelación

Eso mismo opina Francisco Ruiz, expolicía municipal que resultó gravemente herido en el atentado de 1976 que acabó con la vida del por entonces alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu, y que también habla con Évole en ‘No me llame Ternera’. En un momento del metraje, el exetarra confiesa que participó en aquel crimen, algo que hasta ahora no se sabía, y las reacciones de Ruiz ante ese descubrimiento funcionan a modo de prólogo y epílogo del documental.

Entre ambos, Urrutikoetxea repasa los 50 años que pasó en ETA -12 de ellos en la cárcel, y 20 en la clandestinidad- e intenta esquivar, no siempre con éxito, los cebos que Évole usa para exponer las contradicciones en su discurso. Mientras contempla el duelo, ‘No me llame Ternera’ no acredita ningún mérito artístico digno de mención, ni lo prentende. Como ya ha sido explicado por su director, José Luis Rebordinos, el festival lo ha incluido en su programación en virtud de su esfuerzo tanto por estimular la reflexión sobre los años más oscuros de la historia del País Vasco como por tratar de contribuir a que las heridas sigan cerrándose. Que el documental resultará útil para lo primero es algo sobre lo que no debería caber ninguna duda; para entender si acaba sirviendo de ayuda también para lo segundo habrá que esperar hasta mucho después de mañana.