Hollywood se gusta, se quiere y se celebra, y sigue siendo una influyente industria dispuesta a demostrar su poder y dejar su marca, mucho más allá del entretenimiento, en las mutantes huellas de la historia.

La última edición de los Oscar culminó con la coronación de Argo como mejor película. Los casi 6.000 académicos encontraron todo lo que necesitaban en ese relato de la alocada trama ideada por la CIA para rescatar con un falso rodaje a seis diplomáticos secuestrados en Irán en 1979. Y al reconocer esa película, Hollywood ponía los focos en la nebulosa que rodea los lazos entre industria del cine y poder, entretenimiento y patriotismo.

En una larga, musical y fallida ceremonia donde el debutante Seth MacFarlane no encontró el tono justo, Hollywood salpicó su decisión con los tintes de espectáculo que da premiar una película que habla del poder del cine, que confirma el afianzamiento como un ave fénix de uno de los suyos al que habían apartado de la categoría de dirección (Ben Affleck) y que ha conseguido el perseguido maná de aplauso unánime de crítica y público. Argo , la primera cinta desde Paseando a Miss Daisy que gana el Oscar como película pero no su director, siempre fue una opción mucho más conservadora y segura para la Academia que rendirse a La noche más oscura , de Kathryn Bigelow, sobre la caza a cualquier precio de Osama Bin Laden, con más aristas y más polémica por dejar demasiado abierto el debate sobre la tortura, algo que explica que solo se llevara un Oscar técnico.

Elegir ganador obligaba a Hollywood, además, a dejar en la cuneta a uno de sus tótems y a un apasionado retrato de uno de los más adorados presidentes de EEUU. Pero al menos esta vez la Academia dejó que, por primera vez en la carrera de Spielberg, un actor a sus órdenes se llevara la estatuilla a mejor protagonista. Daniel Day-Lewis, el Lincoln de Spielberg, es ya el mejor intérprete de la historia, único con tres oscar como protagonista.

Los Oscar también jugaron con sus reglas habituales de sorpresas. Pusieron en los labios de Michael Haneke la miel de cinco candidaturas grandes, pero acabaron relegando su Amor al oro en categoría de habla no inglesa. Prefirieron volver a reconocer como mejor director por La vida de Pi a Ang Lee, que, como en Brokeback Mountain , vio premiada su labor tras la cámara, pero no el conjunto de su trabajo.

Unos Oscar tan políticos como políticamente correctos (pese a que se cortaran discursos con la incorrecta banda sonora de Tiburón ) dieron también su trato habitual a uno de los enfants terribles de Hollywood y una de sus joyas: Quentin Tarantino. Django desencadenado ha puesto patas arribas las convenciones del wéstern y ha llevado el género a lo más alto, al menos en cuanto a éxito de público. Pero como le sucedió con Pulp Fiction , Tarantino se vio reconocido solo como escritor.

La frescura de Jennifer Lawrence, Oscar protagonista por El lado bueno de las cosas , y el savoir faire de Anne Hathaway, actriz de reparto del filme Los miserables , fueron otras dos de las notas del más puro espectáculo al que, un año más, se rindió un Hollywood encantado consigo mismo.