Los Globos de Oro tuvieron a Bill Clinton, así que los Oscar no podían ser menos. Si en los primeros fue Steven Spielberg quien llevó al escenario a un expresidente para presentar Lincoln , en la fiesta por excelencia de la industria fue Harvey Weinstein (inspirado por una idea de su hija Lily) quien logró un golpe aún más potente y sorprendente: convencer a la primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, de que entregara el Oscar a mejor película.

Todo se acabó de gestar hace semana y media, cuando los productores de la gala y el presidente de la Academia viajaron (en un avión de Disney) a la capital y se reunieron con Michelle Obama (amante del cine y cuya favorita personal era la joya independiente Bestias del sur salvaje , que se fue de vacío).

Ella accedió. Y el sí se convirtió en un gran secreto, como si de una operación de la CIA se tratara. La sorpresa llegó al final de la ceremonia, cuando, en una conexión via satélite desde la sala diplomática de la Casa Blanca, Obama habló con pasión de las películas nominadas, destacando la magia y la relevancia del cine, sobre todo para los jóvenes, "que involucrándose en el arte aprenden a abrir su imaginación y sus sueños".

"Nos enseñan que el amor puede sobrevivir contra viento y marea y transformar nuestras vidas de la forma más sorprendente. Y nos recuerdan que podemos superar cualquier obstáculo si peleamos lo suficiente y encontramos el coraje para creer en nosotros mismos", dijo la primera dama, que lucía un vestido metálico de Naeem Khan que esa noche había llevado a una cena para gobernadores y estaba rodeada por una decena de miembros de la guardia de honor.

Obama habló justo antes de abrir el sobre que le llevó a pronunciar Argo (su copresentador, Jack Nicholson, tenía un sobre de repuesto por si algo fallaba). Y aunque hizo historia, no ha sido sin polémica.

Su aparición incendió inmediatamente las redes sociales. Le llovieron alabanzas, pero también hubo un diluvio de críticas. Y, aunque los más duros fueron los conservadores que le acusaron de quitar prestigio a la Casa Blanca y volvieron a arremeter contra las supuestas tendencias izquierdistas de Hollywood. En The New Yorker , Richard Brody calificó la aparición de "extremadamente inapropiada" por subrayar las conexiones entre política real y Hollywood. Y un oyente de la progresista Radio Pública llegó a ver el gesto como algo "completamente obsceno", sobre todo cuando se premió una película criticada por dar una versión sesgada del rescate de diplomáticos en Irán. "