ENTREVISTA | Nuria Barrios Escritora y traductora

"La creación requiere siempre un punto de locura. También el amor"

Páginas de Espuma reeditó en 2023 el libro ‘Amores patológicos’, que publicó por primera vez en 1997 la escritora y traductora madrileña Nuria Ramos

Nuria Barrios

Nuria Barrios / Asís G. Ayerbe

Nuria Barrios (Madrid, 1962) es traductora y doctora en Filosofía. Es autora de las novelas ‘Todo arde’ (2020) y ‘El alfabeto de los pájaros’ (2011); de los libros de relatos ‘Ocho centímetros’ (2015), ‘Amores patológicos’ (1997), ‘El zoo sentimental’ (2000) y ‘Balearia’ (2004), y de los libros de poemas ‘La luz de la dinamo’, ‘Nostalgia de Odiseo’ y ‘El hilo de agua’. Su ensayo ‘La impostora. Cuaderno de traducción de una escritora’ (2022) ha ganado el Premio Málaga de Ensayo. Como cuentista está presente en numerosas antologías, ‘Páginas amarillas’, ‘Vidas de mujer’, ‘Cuentos de mujeres solas’, ‘Pequeñas resistencias’, ‘Tu nombre flotando en el adiós’, ‘Comedias de Shakespeare’ y ‘Cuentos para ir y venir’; la más reciente, ‘Tsunami, miradas feministas’. Imparte clases en el máster de Escritura Creativa de la Universidad Internacional de Valencia (VIU). Es la traductora al español del novelista irlandés John Banville/Benjamin Black, y sus últimas traducciones son ‘Los muertos’, de James Joyce y ‘Mi nombre es nosotros’, de Amanda Gorman. Su libro más reciente, publicado por Páginas de Espuma, es ‘Amores patológicos’ (2023), cuya escritura suscitó en su momento, hace veinticinco años, tantos elogios como reacciones escandalizadas ante aquel mundo apasionado y excesivo, atento a la exploración del cuerpo como lenguaje del eros, y resulta asombroso comprobar cómo el poder perturbador de las voces de las mujeres cuando hablan de su deseo sigue hoy intacto.

¿Está usted de acuerdo en que por los libros no pasa el tiempo?

Solo por los mejores libros parece que no pasa el tiempo. El resto envejece y muchos envejecen muy mal.

Desde sus comienzos, usted ha alternado novela y cuento, ¿le condiciona la extensión de la historia a contar su historia?

También escribo poesía, además de novela y relatos. Lo que deseo contar exige una voz determinada y también un género concreto. En mi caso, es la historia la que determina el género y nunca al contrario.

¿Piensa, como alguien ha señalado, que «el cuento es el retrato literario de una situación crítica» y quizá, por eso, valdría en todos los tiempos?

Es curioso, pero nadie cuestiona si el cuento ha muerto o no, como sucede desde hace años con la novela. Las modas pasan, pero el cuento, como el dinosaurio de Monterroso, siempre está ahí. El género posee un poder extraordinario para radiografiar la sociedad y a las personas; es dinamita en buenas manos

¿Debemos considerar que su literatura se inscribe en un estado desmesurado, trágico, casi infernal?

Habría que decir más bien que yo, como autora, poseo una clara conciencia de la muerte y de nuestra vulnerabilidad, que dota de una intensidad especial a mi literatura y que me hace apreciar mucho el humor.

Para la estructura de su anterior libro, ‘Ocho centímetros’ (2015), ¿recurrió usted a un clásico concepto de contracción y de situación?

No teorizo nunca mi trabajo cuando estoy escribiendo. Sólo me guío por un criterio muy básico: funciona o no funciona; y si no funciona, me pregunto qué falla y cómo debo cambiarlo. Normalmente, son los lectores quienes me indican aspectos muy interesantes cuando el libro ya ha sido publicado.

Repasando su narrativa breve, algunos de sus cuentos están, de alguna manera, encadenados en su propia historia, ¿técnica o necesidad de extenderse sobre el tema?

Hay historias que siguen rondándome con especial insistencia una vez terminado el cuento. Nunca hay un deseo de retomar cronológicamente lo ya contado, sino de abordarlo desde otro escenario, a veces incluso tangencialmente. Dejo pasar tiempo para poner a prueba la historia y a mí misma y, si el deseo persiste, si tengo la certeza de que lo que quiero narrar es distinto, no una mera prolongación de lo anterior, y, sobre todo, si tengo claro cómo quiero contarlo, inicio un nuevo relato.

Quién no leyera ‘Amores patológicos’ (1997) hace veinticinco años y lo haga ahora, ¿tendrá la misma perspectiva sobre esa denominada exploración del cuerpo?

Una de las grandes sorpresas de la literatura es que nunca sabes qué vida adquieren los libros que escribes en las mentes de las personas que los leen: qué sorpresas causan ni qué asombros suscitan ni que escándalos provocan ni qué sensaciones o qué ideas generan.

¿Lo lascivo y lo bello, cree usted, que en cierto modo se complementan?

No necesariamente: lo lascivo puede resultar extremadamente desagradable y lo bello no tiene por qué estar vinculado a la lascivia.

Leyendo su libro, ¿qué conlleva el amor patológico?

En el caso de mis relatos, el deseo de que la pasión no acabe nunca y el cortejo que acompaña ese deseo: obsesión y dolor.

¿El amor tiene, visto desde una óptica personal, mucho de fetichismo?

El amor pasional es una hoguera y para mantenerla viva hay muchas técnicas y entre ellas está el fetichismo.

Para usted, como hemos leído en alguna entrevista anterior, ¿la literatura sigue siendo un porcentaje de curiosidad y otro tanto de humildad?

No sé si alguna vez definí así la literatura. Ahora mismo, ampliaría sin duda la definición, mantendría en ella la curiosidad y eliminaría la humildad.

¿Sigue siendo válida su tesis de una exploración del cuerpo como lenguaje del eros, para un libro tan sensual como ‘Amores patológicos’?

Es válida para mí, lo fue para muchas lectoras y lectores y, con fortuna, lo seguirá siendo para las nuevas personas que lo lean.

¿Una narrativa para que perviva en el tiempo necesita, verdaderamente, respirar con la intensidad necesaria?

Sin duda. Un libro es un organismo vivo o, al menos, aspira a serlo. Un organismo vivo respira.

La calculada estructura y los límites a los que somete estos «amores», ¿podría ser que calificásemos su libro como una suerte de novela?

Es una obra híbrida: un libro de relatos que puede ser leído como una novela, o una novela estructurada como un libro de relato.

Siempre ha calificado usted de transgresora, desmedida e, incluso, híbrida la pasión de estas historias, ¿fue importante entonces y lo sigue siendo hoy?

Fueron los críticos quienes definieron así ‘Amores patológicos’ cuando apareció por primera vez. Me gustó su definición, es un retrato preciso de la pasión.

Estos «amores patológicos» proponen una escritura del cuerpo, del deseo y de la sexualidad de la mujer desde una visión muy particular, ¿sigue siendo válida esa pretensión al reeditar este libro?

Por supuesto. El cuerpo, el deseo y la sexualidad de las mujeres han sido descritos y escritos por hombres durante siglos. Es una visión incompleta y, a menudo, estereotipada. ¿A usted no le interesa escuchar qué tienen que decir las mujeres sobre su deseo y su sexualidad?

¿Hemos aprendido y olvidado, de alguna manera, esa dominación masculina?

Es difícil escapar de una visión de siglos. Pero nada es inmutable.

¿Sus personajes se rinden al amor?

Mis personajes aman el amor.

La locura, la que conlleva el amor, leído su libro, ¿sigue siendo tan creativa como destructiva?

La creación requiere siempre un punto de locura. También el amor.

¿Es necesario tener un profundo sentido del humor para que como lectores disfrutemos de ‘Amores patológicos’?

Es necesario tener sentido del humor para disfrutar de todo. También del amor.

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