NOVELA

Un jilguero en el ático

Alejandro López Andrada regresa a la novela después de siete años en la editorial Berenice

Alejandro López Andrada.

Alejandro López Andrada. / CÓRDOBA

Alberto Monterroso

Alberto Monterroso

López Andrada confiesa que Pedro Páramo es una de sus obras favoritas. Sin duda, su última novela, Un jilguero en el ático, es su obra más rulfiana. Se aprecia en ella todo el universo lírico y conceptual del autor villaduqueño, sus obsesiones literarias, la soledad, el amor, la duda, el dolor, el recuerdo del padre, Dios, la naturaleza, la condición humana. El protagonista, perseguido, desconcertado, movido por hilos invisibles, solo encontrará refugio en el amor a Beatriz, como aquella otra que, en la obra de Dante, lo conduce por cada una de las esferas del paraíso. La novela hace un guiño a la Divina Comedia, para abandonar pronto los tópicos tradicionales y adoptar los rulfianos, hasta configurar una historia de amor y del Amor con mayúsculas, que redime a este personaje acorralado y mordido por el miedo. En una bruma de ensoñación y ruralismo mágico, Jesús se esconde en una sierra umbría e inaccesible, huyendo de algo que solo se desvela en las últimas páginas, porque «un hombre huido es un árbol deshojado» (pág 21), pero fusionado con la naturaleza que lo protege, abandonado por los amigos en un descenso a los Infiernos, pero leyendo a San Juan de la Cruz y recordando a Beatriz Carpentier, ángel y demonio a un tiempo. La huida es la única salida que le queda al protagonista, que se oculta en Peralejo, el pueblo de su infancia, donde se siente atrapado como un «jilguero enjaulado en la casa feliz de mi niñez» (pág 35). Recuerda que, de niño, atrapaba jilgueros con pega de almendro; ahora es él quien está atrapado, huyendo del infierno que han creado a su alrededor. Y el personaje tiene que afrontar la miseria y la traición, el abuso y el engaño, el dilema existencial de un Unamuno desengañado, cuyas dudas no lo abaten sino que lo fortalecen; de modo que Jesús, descreído de niño, se hace sacerdote, no como ‘San Manuel Bueno, mártir’, que no cree pero se sacrifica por los demás, sino como un hombre convencido de su misión, que ve el cumplimiento de Dios en la ayuda a los que sufren y en el amor, también a Beatriz, lo que lo enfrenta al celibato y le obliga a plantearse su futuro.

Huyendo de ese terrible acoso con que comienza la novela, el protagonista se refugia en un paraje recóndito de su infancia, en medio de sierras inaccesibles donde confía en que no lo encontrarán. Es su particular purgatorio, donde revive las experiencias de niño en la naturaleza, de los personajes del pueblo, los enfrentamientos, los amigos de juventud, la memoria de su padre, de aquel mundo duro y a la vez feliz que ahora ha quedado tan lejos. La tierna historia de Joaquinín, su triste final, la sobrecogedora premonición que describe el autor con descomunal vigor narrativo, el simbolismo de encontrar una serpiente en casa, los recuerdos de las fiestas en el pueblo, del amor a Lila, de la que ambos hermanos estaban enamorados, la relación con el padre, con el hermano, el viaje a Peñíscola con sus amigos donde bebe para olvidar la muerte de su progenitor. Y en medio de todos estos episodios humanos que desgarran al protagonista, aparecen páginas deslumbrantes que rompen el tono narrativo de modo prodigioso, con un humor, a veces directo, en otras ocasiones casi surrealista, que aporta un contrapunto eficaz.

La narración posee todos los ingredientes de la prosa de López Andrada, los temas que lo obsesionan, el fulgor poético, humano, social y ese ruralismo mágico tan propio de él, que le da una voz propia y genuina, que impregna todas las páginas, pero especialmente los episodios en que aparecen las profecías de la vieja Ceferina, que parece la bruja Ericto de la poesía de Lucano, y recuerda el día en que le predijo, en una atmósfera extraña y onírica, una visión de futuro que condicionará toda su vida. Beatriz tendrá el poder de una Pique que enamora a Cupido, en un paralelismo que recuerda a los mejores tópicos de la literatura clásica, porque esta novela tiene todos los ingredientes de una tragedia griega; posee un halo de magia y simbolismo que permite al lector descubrir distintas fases en la interpretación de este jilguero, encerrado en la jaula, como metáfora del alma en el cuerpo, o como la represión del amor carnal que el sacerdote siente por Beatriz, o como el trino alegre en mitad de la tormenta, que es la vida, mirando al cielo con ansia de libertad y con la poderosa esperanza de volar un día a las alturas, libre, lejos de la oscuridad de esta vida y de los que la emponzoñan. Estamos ante una novela poderosa, quizá la mejor de Alejandro López Andrada, Un jilguero en el ático, poderoso símbolo del amor divino y humano a la vez, del ansia de libertad y justicia, de la búsqueda de la plenitud humana y de la felicidad.

‘Un jilguero en el ático’

Autor: Alejandro López Andrada

Editorial: Berenice. Córdoba, 2023.

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