REPORTAJE

Testimonio de los temporeros de Lucena: "Sin techo, ni casa ni nada"

Los trabajadores afectados por la situación de falta de vivienda estarían dispuestos a pagar "algo" por un alojamiento

Algunos de los temporeros, sin techo, en el Centro de Atención Básica.

Algunos de los temporeros, sin techo, en el Centro de Atención Básica. / M. González

La lejanía de una imagen que preferimos distante difumina la descarnada impotencia padecida por quienes carecen de un hogar adonde regresar tras la exigente jornada en el campo. El Centro de Atención Básica de Lucena, gestionado por el Ayuntamiento, congrega, sólo durante unas horas al día, a los temporeros que, al desplomarse la noche, se dispersan por el mismo entorno de la Plaza de Toros, la antigua estación o los exteriores de la caseta de Cruz Roja. Este último emplazamiento, por su visibilidad diaria, ha procurado repercusiones a una tesitura, habitualmente, postergada al olvido. 

Entre los testimonios de estos transeúntes se cruzan episodios de desesperación y resignación que, por las cicatrices vitales sufridas, describen con cierta naturalidad. 

Desde hace semanas, e incluso meses, aproximadamente una veintena de temporeros resisten la noche al raso. Younnes El Kandoussi, de 42 años de edad y originario de Marruecos, sobresale por su aceptable manejo del español. Actualmente, a diario, trabaja en la recolección de la aceituna y confirma la imposibilidad de encontrar «techo, ni casa ni nada». En estos momentos, junto a otros compañeros, trata de refugiarse en los soportales de las dependencias cedidas por el Ayuntamiento a Cruz Roja junto al antiguo recinto ferial. 

«Los empresarios no nos dan aquí casa ni nada, estamos fuera, en la calle», confirma. Describe que entablan en contacto permanente con el personal de Servicios Sociales, aunque, lamenta, «todavía no nos han echado ninguna mano». Younnes percibe de jornal 55 euros, salvo cuando llueve porque, entonces, «no se cobra nada», y envía parte del salario a su familia a Marruecos con el deseo de que «puedan sobrevivir”. 

"No nos ayudan en nada"

Desde hace unos cinco años, se traslada a Lucena en esta época y viaja a otros territorios para participar en la cosecha de la uva, la fresa o la naranja. Carece de otros contactos en la localidad y, en su regreso de este año, le ha resultado imposible acceder a una vivienda porque «en las casas ya son 12 o 13 personas». 

Con inevitable pesar, expresa que «no nos ayudan nada». Durante un período de tiempo reconoce que pernoctaban en el interior de una obra hasta que «lo cerraron todo». Hace un año, igualmente en Lucena, se halló sin alojamiento y vivió el invierno a la intemperie. Reclama «una solución al alcalde o a cualquiera, a los políticos que están ahí para ayudarnos» y asegura que tanto él como el resto de temporeros se muestran predispuestos a «pagar algo para vivir mejor». 

Una petición común de este colectivo estriba en la apertura diaria del Centro de Atención Básica dado que «también trabajamos los fines de semana» y «nos quedamos sin duchar hasta el lunes», relatan.

Sin cartera ni documentación

A Aurelian Pirvu, natural de Rumania y de 52 años, le robaron la cartera y su documentación en Francia y, cinco meses atrás, decidió emprender rumbo a España. En su incierto periplo, ha residido, igualmente, en Holanda o Bélgica. Por ahora, sin un DNI físico, ningún empresario del sector agrícola lo contrata. Agradece la ayuda constante de Antonio Moyano, de Amigos de la Escuela, porque «le ha arreglado una cosa» hasta conducirlo a la asistencia social. «Le he dicho que necesitamos una casa y no hay solución», resume, antes de remarcar que sufre «mucho frío, lluvia y aire» en las cercanías del cauce del río Lucena donde ha fijado sus escasas pertenencias.

Con mayor dificultad para comunicarse en español, cuenta que discurre su primera temporada en España. «Sólo tenemos la calle», zanja, y confirma que «es el primer año que me veo así». Insiste en que posee otras acreditaciones que confirman su filiación, aunque sin el carné de identidad, recientemente, «una empresa de aceitunas me dijo que no podía trabajar». 

En su alegato final, expone que «solicitamos una casa», aludiendo a las insoportables condiciones que impone esta etapa del año, puesto que «ahora no es tiempo de verano, es tiempo de invierno» y «qué hacemos hasta marzo o abril».

Dentro de este recurso municipal, atendido por una trabajadora social, hombres de diversas edades, entre conservaciones breves y miradas cómplices, intentan escapar mentalmente de una tesitura cronificada en sus biografías.

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